La gloria y el infierno de la dupla Duarte-Bermúdez

Javier Duarte de Ochoa y Arturo Bermúdez Zurita FOTO: WEB

Todo era miel sobre hojuelas para ellos, la relación entre Bermúdez Zurita y Javier Duarte rayaba en una amistad de valedores, de camaradas, de brothers. Se llevaban de piquete en el ombligo y de nalgada. El Capitán Tormenta henchía el pecho en su flamante uniforme lleno de condecoraciones chafas, estaba en la «plenitud del pinche poder». Cuando escuchaba que su protector metía las manos al fuego por él, se crecía ante todos. Seguramente sonrió cuando escuchó decir a Javier (así le decía él), que era más fácil que el Ejecutivo local renunciara, a que removieran al secretario de Seguridad Pública. Ese era el combustible que lo impulsaba a proteger a la recua de subalternos que hacían el trabajo sucio de desapariciones forzadas.

En los eventos, miraba de reojo a sus chicas, recreaba su libido. Especialmente con una morena que portaba un estandarte de la policía montada. Todo le salía bien a este personaje siniestro. Se transportaba en helicóptero al trabajo, cuando se trasladaba en vehículo, tres patrullas lo escoltaban, le gustaba sentirse el dueño de la vida de los veracruzanos, se sentía seguro y protegido por su brother del alma, aquel que en su juventud pasaba las tardes horneando las michas y teleras en la panadería de sus padres.

Sin embargo, los tiempos electorales se movían con rapidez, su archienemigo Miguel Ángel Yunes Linares se perfilaba para ganar la gubernatura. El Capitán Tormenta quiso ser diputado para ganar impunidad, pero no pudo, el cochambre y la peste hedionda de la corrupción lo seguía por doquier.

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