No es nueva la recalcitrante postura que adopta la élite política contra los pobres, los jodidos, los nacos, los ninis, los prietos. Emilio Azcárraga Milmo, el que en una ocasión dijo «somos soldados del PRI y del presidente», tenía una visión y definición muy marcada de la sociedad mexicana. En una entrevista, de las pocas que le hicieron cuando estaba en vida, dijo: «México es un país de una clase modesta muy jodida, que no va a salir de jodida. Para la televisión es una obligación llevar diversión a esa gente y sacarla de su triste realidad y de su futuro difícil».
Al igual que al tigre Azcárraga, el subconsciente traicionó a Enrique Ochoa Reza, líder del PRI. Como es bien sabido, este señor, al querer hacer un juego de palabras y hacerse el creativo y gracioso, sólo se metió en embrollos raciales. Es cierto que su poca sesera, su sangre espesa y lo que representa le ganan tirria con la gente.
No obstante, lo que este opulento líder no sabe es que el 64 por ciento de los mexicanos se considera moreno y más de la mitad de la población total cree que en el país las personas insultan a otras en la calle por su color de piel, al menos eso reveló una encuesta publicada por el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred).
Este traspié no gustó al inquilino de Los Pinos. Tanto así que no por algo ya pasó por el escritorio del Ejecutivo federal la posibilidad de relevo en el tricolor nacional. Además, con estos tropiezos raciales, flaco favor le hace a la desangelada campaña de su candidato.
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