Por ejemplo, cuando un atleta se prepara para una carrera, pone todo su esfuerzo en esa competencia y a pesar de ello no alcanza el triunfo o la meta deseada, se puede sentir frustrado. La frustración nos lleva a un sentimiento de decepción, de haber realizado un esfuerzo en vano. ¿Pero el atleta en realidad trabajó en vano? ¡Jamás sea eso! El verdadero atleta reconoce su esfuerzo y ante ese esfuerzo pleno y serio siente una gran satisfacción. Pero nosotros mismos, por nuestra necedad, podemos crearnos nuestras propias frustraciones.
Cuando chico yo jugué futbol americano. Como la televisión siempre ponía por encima de todos los jugadores a los mariscales de campo, todos los novatos que llegábamos al equipo queríamos serlo. Pero alguien me enseñó que era mejor ser un excelente apoyador (linebacker) que un mediocre mariscal de campo (quarterback). Quienes buscaban a fuerza ser mariscales de campo, a pesar de no tener aptitudes para serlo, vivían en una constante frustración.