Estaba discursando el presidente Enrique Peña Nieto durante la inauguración de las instalaciones del 79 Batallón de Infantería, en el municipio de Tecalitlán, Jalisco, cuando soltó las siguientes palabras: «Para que la sociedad cuente con seguridad y justicia, no puede haber ni perdón ni olvido para los delincuentes». Ups, nadie se dio cuenta, pero el presidente casi se arranca la lengua de una mordida. Y es que, para poder decir esa frase, Enrique Peña Nieto tendría que haber pregonado con el ejemplo, y desde el caso de la Casa Blanca, Peña Nieto es ejemplo de corrupción, impunidad y olvido.
Claro, si a esto le sumáramos el caso de Emilio Lozoya y los sobornos de Odebrecht, la impunidad a Humberto Moreira, quien ni siquiera ha sido tocado con el pétalo de una investigación y más reciente el caso de César Duarte, que sigue en los Estados Unidos muy campante y las autoridades no tienen prisa en traerlo al país para que responda por las acusaciones en su contra.
Peña Nieto sabe que México es el país del perdón y del olvido. Ahí están los 43 de Ayotzinapa, donde el Ejército mexicano tuvo una participación criminal, pero por supuesto para ellos hay perdón y para los 43 hay olvido.
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