Existe esa clase de tipos, los incongruentes, los que por un lado se dicen devotos y juran ante la bandera de su partido lealtad y por el otro lado la escupen al declarar que nada los obliga a votar por el candidato que surja de su partido. A esa clase de tipos se les llama apóstatas y de los hombres, son los de peor clase. Un apostata no se equivoca en sus declaraciones, no tiene un gesto de debilidad, antes bien lo que hace es premeditado.
Ser apóstata implica una retirada drástica e intencional del sendero que han transitado, y en el caso de los senadores panistas, del partido que los hizo ricos y en algún momento poderosos. Tal es el caso de Ernesto Cordero, Javier Lozano, Jorge Luis Lavalle, Salvador Vega Casillas y Roberto Gil quienes abiertamente se presentan como un bloque panista que apoya al candidato del PRI.
Estos sujetos deleznables se apartan del sendero del PAN sólo porque la esposa del jefe de su clan no será la candidata. Que no salgan con discursos sobre democracia y equidad, ellos son apostatan porque han decidido seguir el camino sectario de su prócer Felipe Calderón. Es por ello que habría que preguntarles: ¿si no van a apoyar a su candidato, para qué siguen siendo panistas?
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