La cofradía peñanietista que gobierna este país, compuesta por amigos y miembros del Grupo Atlacomulco, hacen reuniones y componendas desde ahora para no soltar el poder que los ha enriquecido brutalmente. Desde las más altas esferas mueven y quitan a su antojo las piezas que les permitirán seguir gobernando. Saben que soltar el poder podría significar no sólo perder dividendos económicos, sino podría ser la antesala de la cárcel para muchos que hoy son íntimos amigos del poder.
El entrenamiento y modelo para ganar la elección presidencial en el 2018 se dio en el Estado de México. La intromisión descarada de miembros del propio gabinete, el uso desmedido de programas sociales con la complicidad de la autoridad electoral local y la compra de votos, les dio un resultado satisfactorio. Por eso Enrique Peña Nieto, su partido y la clase empresarial afín piensan repetir el método.
Desde luego que el enemigo a vencer será el líder de Morena, Andrés Manuel López Obrador. Los mexicanos debemos esperar una verdadera guerra de lodo y desprestigio contra AMLO. Sea que simpaticemos o no con su causa, una guerra sucia no beneficia a nadie. Se debe exigir imparcialidad de Lorenzo Córdoba Vianello, árbitro electoral del INE, quien por cierto fue puesto por el partido del presidente Peña.
Además, resulta sospechoso que ahora los candados que impedían que el Fiscal Electoral fuera apartidista se hayan quitado. Esto permitirá que el PRI y su cofradía de legisladores pongan a un policía electoral a modo. Ni hablar, en el 2018 se espera una elección de Estado.
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