Norma Trujillo: “el crimen de Regina me cimbró”

Xalapa, Ver. La periodista Norma Trujillo Baez FOTO: MIGUEL ÁNGEL CARMONA/FOTOVER
- en Opinión

Mussio Cárdenas Arellano /

* El caso la indígena asesinada por militares  * Vencer el miedo y el asedio  * A los críticos, persecución y desprestigio  * Alzar la voz por los caídos  * Gana Mónica Robles el repudiómetro  * Le va mal en el informe de Nahle  * Suena “Hielitos” Pavón  * El guarura en el evento de Chiquiyunes  * Ni San Judas Tadeo evitó la redada

Un crimen, el de Ernestina Ascensión, indígena náhuatl de Zongolica, a manos de militares, marcó a Regina Martínez y a Norma Trujillo, siendo asediadas, perseguidas, una muerta y la otra enfrentando al poder que embiste y pulveriza a sus enemigos.

Lo recuerda, lo detalla Norma Trujillo Báez, periodista incansable, crítica, reportera de La Jornada Veracruz, de pluma fina y contundente. “Nos convirtió —cuenta— en ‘apestadas’ para las autoridades locales y federales”.

Habían documentado la muerte y sus causas, la violación de que fue objeto Ernestina Ascensión, sus palabras cuando la vida se le escapaba y un indicio: los elementos del Ejército implicados hasta el cuello.

Y el Ejército las embistió.

No se sabe si en su juicio o como siempre, Felipe Calderón dijo que no, que la mujer indígena, adulto mayor, murió por gastritis.

Fidel Herrera ordenó cambiar el dictamen de la necropsia. Y los legistas fueron cesados.

A Regina Martínez le resultó citatorio ante la entonces Procuraduría de Justicia de Veracruz porque no ella sino la revista Proceso, de la que era corresponsal en Xalapa, publicó la fotografía de Ernestina Ascensión durante la necropsia. 

Fidel quiso atrapar al reportero de Proceso que firmó la información, Rodrigo Vera, pero el semanario de Julio Scherer lo habría crucificado, y reculó.

Muerta Regina, cinco años después, esa línea de investigación fue ignorada.

Para gloria del Ejército, se omitió.

Para gusto de Calderón, se omitió.

Para agrado de Fidel, se omitió.

Norma Trujilo la tiene ahí, en la primera fila de sus pensamientos. Son sus días con Regina, sus pistas y la búsqueda de la verdad. Es, quizá, la clave del por qué se fue, el por qué ya no está.

Su voz se escucha en Romper el Silencio, compendio de relatos e historias sobre el ejercicio de la libertad de expresión, dentro y fuera de Veracruz, bajo la constante del amago a quienes se resisten a callar, a quienes enfrentan al sistema y a sus más burdas formas de represión.

Con otros 21 autores, periodistas todos, Norma Trujillo retoma su experiencia informativa  junto a la inolvidable y respetada Regina Martínez, corresponsal de la revista Proceso hasta su muerte violenta, el 28 de abril de 2012, detonando la crisis que llevó al caos  mediático a Javier Duarte, que lo enfrentó a la prensa crítica, que lo confrontó con las voces —unas cuantas desde años antes y otras a partir de entonces— que habrían de evidenciar al Veracruz sin control, saqueado e inmerso en la violencia.

Y a quienes alzaban la voz, los perseguían, los aterraban, los mataban.

Titula a su texto “Un viaje interior: El silencio cómplice o la historia que puede matarte”, planteando la disyuntiva entre la autoscensura y el reto de hablar con libertad, con sus riesgos y aciertos.

Apunta Norma Trujillo Báez:

El 28 de abril del 2012, el crimen de Regina Martínez, me cimbró, me indicó que no importa en dónde viven los periodistas ni las informaciones que reportan. Tampoco importa el medio de comunicación para el que trabajan. Ella fue estrangulada, y a otros colegas, las balas los privaron de la vida. 

Los temas que llegamos a reportear Regina y yo me hacían dudar de si debía seguir o autocensurarme, me atemorizaba ser la reportera incómoda. Recordé cómo investigar el crimen contra la indígena Ernestina Ascencio nos convirtió en “apestadas” para las autoridades locales y federales ante la negación de lo evidente: la participación de elementos del Ejército o la persecución de indígenas de Ixhuatlán de Madero, por la policía estatal. Exhibir la corrupción que desde los primeros días del gobierno de Javier Duarte ya se observaba. El miedo me invadía. Sin embargo, mi conciencia decía ¿por qué el silencio? , ¿por qué no decir nada cuando habían asesinado a una colega y amiga?, ¿acaso tendría que autocensurarme y aceptar la versión del gobernador que afirmaba “no pasa nada”? Vale decir que, en aquellos años, los índices de desaparecidos ya eran altos, el crimen organizado ya estaba ahí, con ejecutados, persecuciones, balaceras; estaba ahí, en donde ya se prefiguraba que no había una línea divisoria entre gobierno y ellos. 

Describe Norma Trujillo el asedio sutil, el enviado que transmite la amenaza:

Ese estar entre el miedo y la ética personal, tan premoderna, tan de pueblo, tan heredada de mi madre, me hacían tener cautela, hasta que ya no pude callar. Como un volcán contenido, explotaron todos esos recuerdos sutiles y aislados de agresiones que uno deja pasar, que les resta importancia y minimiza su efecto al temer ser acusada de paranoica o bipolar. 

En esta lucha interna, emergieron mis recuerdos: “compañeros” que, mandados por su “padrino político”, sembraban un soterrado miedo con un comentario inocente para afectar tu conciencia y tu valor; cómo olvidar cuando convocamos a manifestarnos el 7 de junio de 2012 y un colega oficialista dijo que era un “boicot hacia Javier Duarte”; cómo olvidar a los dirigentes de organizaciones sociales y políticas “combativas” que, simulando amistad, manipulaban información; o la insospechada omnipresencia de la “policía política”, fundada en el sexenio del priísta Fernando Gutiérrez Barrios, que entrenados en el manejo de armas y como operadores políticos se nos acercaban como “amigos” para invadir nuestra vida privada y hacer un perfil personal. Estas eran las situaciones que ocurrían aisladas pero que juntas me hicieron sospechar de una estrategia de control gubernamental. Esas personas a las que la vox populi ha puesto “orejas”, se encargan de recabar información sobre nuestros gustos, preferencias, familiares, datos útiles para “negociar” la información a publicarse. Orejas que se hacen pasar por periodistas de un medio aceptado por los actores sociales o políticos. Orejas con actitud militar o de personas agradables, algunas mujeres arregladas y hermosas, que graban nuestras entrevistas y conversaciones con las fuentes o nos dan seguimiento personal. Cómo olvidar aquella mujer que decía ser del Estado de México, ser amiga de Roberto Madrazo y de una defensora de derechos humanos y, por qué no, también ser reportera de El Universal, pero a quien se le vio entrar al Palacio de gobierno por las noches para informar al Estado sobre acciones y vida de los actores políticos, sociales y reporteros. 

Esos recuerdos salieron de golpe y trastocada por el dolor y el coraje por el asesinato de Regina, reuní a Lupita, Rodrigo, y otros amigos que se encontraban fuera de Xalapa. Redacté una carta pública dirigida al a Felipe Calderón y a Javier Duarte, exigiendo justicia para nuestra compañera, corresponsal de la revista Proceso, pero también para to- dos los colegas asesinados, como Gabriel Huge, Guillermo Luna Varela y Esteban Rodríguez Rodríguez, encontrados en bolsas negras de plástico, cortados en pedazos y dejados en la rivera de un canal, como el asesinato de Miguel Ángel López en la madrugada del 20 de junio de 2011 junto con su esposa y uno de sus hijos dentro de su domicilio en el puerto de Veracruz, o el de Yolanda Ordaz, encontrada muerta la madrugada del 26 de junio de 2011, atrás de las instalaciones del periódico Imagen de Veracruz, en el puerto.

Después de esa carta soportada por la firma de varios colegas, los asesinatos de nuestros colegas continuaron: Gregorio Jiménez, Moisés Sánchez, Armando Saldaña, Juan Mendoza, Rubén Espinosa, Manuel Torres, Anabel Flores, Pedro Tamayo y las desapariciones de Gabriel Fonseca, Miguel Morales Estrada, Sergio Landa Rosado. 

Y luego nació Voz Alterna:

Claro estaba que a la administración de Duarte les molestábamos. Le molestaba nuestra exigencia de justicia y la demanda que tomaran como línea principal de investigación judicial el trabajo periodístico de los colegas asesinados. Así fue consolidándose el grupo que después tomaría por nombre: Colectivo Voz Alterna.

Unos emprendieron la lucha, entre ellos Rubén Espinoza Becerril, reportero gráfico, colaborador de AVC, Proceso, Cuartoscuro, despedido del ayuntamiento de Xalapa por sus imágenes críticas, con el que habría de compartir el miedo y la persecución.

Nacía Voz Alterna para defender la libertad a decir, a hablar, a denunciar, y a rescatar la memoria de los colegas muertos, desprestigiados, criminalizados.

Iniciaron unos, otros se fueron. Sentían el puño del régimen, la presión de los medios, la ira del patrón. Se les conminaba a no manifestarse, a no replicar. Y algunos no aguantaron más.

Frente a la amenaza, cuenta Norma Trujillo, la fortaleza:

Eran los tiempos en que nadie se atrevía a contrariar al gobernador, era la política de comunicación social: si no te corrompo, te desprestigio. Cómo olvidar cuando irrumpimos la comparecencia ante diputados del secretario de Seguridad Pública, Arturo Bermúdez Zurita, para reclamarle que sus elementos habían golpeado a fotorreporteros y periodistas en el desalojo del campamento de maestros instalado frente al Palacio de gobierno en la víspera del grito de Independencia, del “aullido de impunidad” de Duarte. 

Acusa Norma Trujillo la indolencia oficial, la complicidad silenciosa de los órganos creados para proteger periodistas:

En noviembre del 2015, y ya alerta por las amenazas en nuestra contra, me percaté que en la ”Plaza Regina” un “oreja” le tomó fotografías abiertamente a mi hija con su celular, por lo que presenté una denuncia ante la Fiscalía del Estado de Veracruz. Una menor de edad víctima de intimidación por parte de un servidor público. En la Fiscalía me mandaron a hacer un peritaje psicológico y el proceso se convirtió en un ir y venir para supuestamente “documentar” pruebas, pero con el fin de hacerme desistir de la denuncia contra personal de la Subsecretaría de Gobierno. Han pasado dos años del incidente y sigo esperando la solución y la respuesta de la Fiscalía Especializada en Atención de Delitos cometidos contra la Libertad de Expresión sobre amenazas de muerte que llegaron a mi celular como “hoy saldrás y morirás”. Para la FEADLE, no se consumó el delito de amenaza porque he aprendido a vivir con el miedo.

De Rubén Espinoza apunta:

El olor a sangre no terminaba de sorprendernos. Rubén Espinosa tuvo que salir en el mes de junio del 2015 a la Ciudad de México, luego de varios episodios de amenaza, como la ocasión que en pleno centro de la capital veracruzana, fue perseguido por dos hombres armados desconocidos. El 31 de julio del 2015 silenciaron a Rubén en la ciudad donde se había refugiado. 

Desde aquel 28 de abril del 2012 cuando asesinaron a nuestra compañera periodista Regina Martínez, el coraje sigue siendo más fuerte que el miedo, más grande la solidaridad que el egoísmo, más enérgica la convicción que la comodidad, como para seguir escribiendo historias, siendo testigo de lo que vive mi país.

Fue el caso Ernestina Ascensión el punto de partida hacia la tragedia de Regina. Luego vendría el acoso del duartismo. Hoy, en el gobierno del cambio, acusa Norma, nada ha variado.

Y del dolor nace la fuerza.

Archivo muerto

Un abucheo, una repulsa, los gritos y el desaire, y hasta la matraca que suena y suena cuando en territorio morenista se escucha un nombre, el de Mónica Robles de Hillman. Fue lo mejor del Segundo Informe de Rocío Nahle, la de los cantos y los cuentos, la que fustiga a la mafia en el poder pero no le gana una votación en la Cámara de Diputados. Lacera el repudio de las huestes pejistas a la diputada priista, duartista, a quien todavía verán en el Senado con el voto de los que no la digieren. Su nombre resuena y el morenismo reacciona al unísono, unos con el abucheo y otros elevando la voz —“te quieren imponer”—y aquella matraca que suena como si la porra fuera para aclamar a un célebre invitado al informe de la diputada Nahle. Mónica Robles clava entonces la mirada en el teléfono celular y ahí aguanta la humillación hasta que se escuchan otros nombres y el aplauso vuelve a sonar. Al alcalde Joaquín Caballero Rosiñol también le tocó silbatina, pero Mónica Robles fue, sin duda, la ganadora en el repudiómetro… Ya depuesto Jorge Ursúa, viene el reemplazo. Suenan nombres, pero el de José Alberto Pavón David, más que todos. Sería el nuevo subdirector de Administración y Finanzas de la Comisión Municipal de Agua y Saneamiento —o CAEV— Coatzacoalcos, empresa que conoce a fondo, como pocos, pues cuando la dirigió, en tiempo del PRD en la alcaldía, la hizo eficiente, transparente y la dejó sin deuda y hasta con dinero en caja. “Hielitos” Pavón fue mencionado cuando acababa de caer Rafael Abreu, tras el escándalo de las despensas y ayuda entregada por su AC “Yúnete” a damnificados del sismo del 7 de septiembre, que se convirtió en una bola de nieve contra el gobernador de Veracruz, Miguel Ángel Yunes Linares, por la similitud con su apellido, el color azul del PAN y que Abreu sea amigo personal de sus hijos Fernando y Miguel Ángel. De un momento a otro se sabrá si es José Alberto Pavón el nuevo encargado de las finanzas de CAEV Coatzacoalcos u otro personaje actualmente radicado en Xalapa… A tope el salón, Chiquiyunes pudo ver fans pero no alcaldes electos, ni estructuras electorales, ni alguien que entre el panismo le allegue uno que otro voto para lo que será la guerra de todas las elecciones, en 2018. Se balconea Miguel Ángel Yunes Márquez aunque diga que lo suyo no es precampaña anticipada y aunque el Tribunal Electoral de Veracruz le dé la razón. Lo que halla en el Holiday Inn es un show engañoso. Se llena el salón pero quienes pudieran acarrearle votos brillan por su ausencia. Convoca Zoyla Balderas, alcaldesa electa de Nanchital, pero quienes llevan el registro de asistentes son los del grupo apestado de CAEV, los pupilos de Rafael Abreu: Emily Páramo, Hassan Oliver, Paco Leal, Arturo Canales, hasta el teniente Alejandro Martínez con su trato afable, Mario Veneroso y José Eduardo Torrea Leija, un pedantón importado de Monterrey por Jorge Ursúa, que se pasea armado en los patios de CAEV. ¿Será que traía la trona en el evento de Chiquiyunes?… Ni San Judas Tadeo los salvó. Al festejo en honor del santo de los casos desesperados llegaron decenas de policías federales y estatales, la noche del sábado 28, en la colonia Puerto México, en Coatzacoalcos. Encañonaron a todos. Se llevaron a 26 varones, incluido un menor de ocho años y hasta al tecladista que amenizaba el evento. La cumbia paró. Dio paso al azoro y al terror, la voz del que ordena, del que intimida, a la queja de las mujeres que dicen haber sufrido maltrato. Y de los 26 puestos a disposición de la Procuraduría General de la República, quedaron sólo cuatro. Y les imputaron traer armas cortas y largas. Ellos son Adrián Salomón Medina, con domicilio en la colonia Allende Unzaga de Villa Allende; Martín Ramos Legua, quien vive en la colonia Rafael Hernández Ochoa, en Coatzacoalcos; Jesús Adolfo Baños Salomón, domiciliado en la colonia Puerto México y Daniel Ortega Castillo, con residencia en la colonia Brisas del Golfo. Otra vez la PGR, otra vez Villa Allende, otra vez detenidos, armas cortas y armas largas…

 

Publicada en mussiocardenas.com
30 de octubre de 2017

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