Las encuestas, está comprobado, sólo han servido para engañar a los incautos. Una regla básica para todos los encuestadores es que quien paga, manda; es decir, quien paga es el que saldrá con el mejor rostro en las encuestas. Pero hay otras encuestas que tendrán que aflorar en su momento y esas son la de redes sociales o de portales informativos. Encuestas sin ningún rigor estadístico, en donde el que pase, ya sea de cualquier parte del país, puede votar por el candidato de un municipio perdido en el olvido.
La culpa del desprestigio de las encuestas la han tenido los encuestadores, sobre todos aquellos que se dicen muy profesionales. El dinero mueve sus números, el dinero dicta las preguntas que se habrán de hacer, preguntas que benefician al que paga; el dinero dicta sus resultados.
Por supuesto que hay encuestas legítimas, encuestas que son realizadas con rigor científico y que se utilizan para que el cliente conozca la realidad de su campaña. Sólo que esas encuestas son para el consumo propio, para que los equipos de campaña sepan si deben acelerar el paso o rectificar su estrategia. Pero a las encuestas hay que tenerles la misma fe que a los horóscopos.
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