Nos llevó cinco años, pero esta semana leímos el capítulo LII de El ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, esa fabulosa novela de don Miguel de Cervantes Saavedra. Cinco años de lecturas en la Quinta de las Rosas con los adultos mayores todas las tardes de los jueves, hospedados en la Casa Grande, refugiados ahí de las tormentas, de la inseguridad, de la corrupción, de las tristezas, de las envidias, de las pequeñas vicisitudes. Cinco años para que este jueves leyéramos el capítulo donde se habla “De la pendencia que don Quijote tuvo con el cabrero, con la rara aventura de los disciplinantes, a quien dio feliz fin a costa de su sudor”.
Cinco años siguiendo al Caballero de la Triste Figura por los caminos de la Mancha, viéndolo enderezar entuertos, defender doncellas, enfrentar ejércitos y combatir gigantes. Cinco años acompañando a este valiente caballero, que creyéndolo muerto Sancho Panza lo llamó «flor de la caballería, gloria de toda la Mancha, y aun de todo el mundo, liberal sobre todos los Alejandros, humilde con los soberbios y arrogante con los humildes, acometedor de peligros, sufridor de afrentas, enamorado sin causa, imitador de los buenos, azote de los malos, enemigo de los ruines, en fin, caballero andante, que es todo lo que decir se puede».
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