La herida sigue abierta, no cicatriza, Ayotzinapa sigue doliendo, sobre todo para los padres de los 43 desaparecidos. Después del desaseo de los encargados de las investigaciones y de la “verdad histórica”, los padres no están conformes con los resultados.
A tres años de la letal y cobarde agresión al normalismo mexicano, el Estado mexicano no se puede quitar el traje de represor. El binomio entre individuos relacionados con el narcotráfico y las autoridades municipales, y en muchos casos hasta las más altas esferas del poder, es un cáncer muy difícil de erradicar.
Lo más lamentable del caso es que la sociedad civil se ha desgastado con el tiempo. Ayotzinapa duele, duele mucho, pero desafortunadamente la rutina y la apatía ha hecho que muchos se olviden.
No obstante, todavía hay algunos académicos, intelectuales y periodistas que se han encargado que este suceso no se olvide con el tiempo. El Estado mexicano, desde el principio, le apostó al desgaste del movimiento de protesta. La cansadora le ha pesado mucho al movimiento. Es cierto, duele, pero es importante que este dolor nos refresque la memoria y Ayotzinapa no quede en el olvido.
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