Podrán darle cadena perpetua, pero estará vivo; podrá estar encerrado en la cárcel, pero su mente podrá pensar, a diferencia de su víctima. El asesino de Puebla, el de Mara Fernanda, nunca se imaginó el dolor tan grande y profundo que dejaría a la familia de su víctima. La herida se ha extendido a la sociedad mexicana. Muchos padres y madres solteras viven con la angustia de que algo les pueda pasar a sus hijos; los hijos son el tesoro más preciado, el de mayor valor.
Sin contar el inmenso cariño y los años de crianza, los hijos simbolizan la perpetuidad de los padres. Cuando éstos se van de la casa, por estudios o porque van a comenzar su propia familia, reciben el apoyo de sus padres, un apoyo desinteresado. Sin embargo, cuando reciben daño, los padres sufren, preferirían que el dolor lo sufrieran ellos.
Por eso, con la muerte de Mara Fernanda seguramente sus padres estarían dispuestos a dar la vida por tan hermosa criatura. Hoy sólo queda la resignación y tratar de vivir con los recuerdos de una persona que nunca dañó a nadie, una mujer que le fue arrebatado el derecho a ser profesionista y madre.
Ojalá y que la detención de este chacal sirva como escarmiento a algunos sujetos enfermos y perversos y piensen dos veces antes de cometer feminicidios. Todos tenemos la obligación de hacer de nuestra sociedad una más segura, si somos padres, inculquemos valores y respeto por la mujer. Nuestros propios hijos nos lo agradecerán. Que la partida de Mara Fernanda deje huella y nos haga mejores personas.
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