Entre el hedor de la corrupción, los dos últimos presidentes de la República emanados del PAN, y este último del PRI, dejan un mal precedente en su forma de gobernar. Desde el gobierno de la “transición” que encabezó el locuaz de Vicente Fox, pasando por las ideas etílicas de Felipe Calderón y rematando con un gobierno indolente, cínico y corrupto como el que conduce Enrique Peña Nieto, ninguno se ha distinguido por ser un gobierno austero.
Los tres últimos sexenios se han caracterizado por crisis económicas, estancamiento económico, desmantelando la industria nacional y el privilegio la inversión de capital extranjero. La transparencia en el uso de los recursos públicos brilló por su ausencia. Los familiares de los tlatoanis mexicanos, como un cáncer, aprovechan su parentesco para hartarse de obra pública y de contratos millonarios.
Desgraciadamente para la mayoría de los mexicanos, la impunidad llegó para quedase. Al menos hasta el momento en México alguien puede robar, secuestrar, asesinar, pero si cuenta con dinero suficiente para pagar un buen despacho de abogados que tenga buenas relaciones con mandos altos de gobierno, la puede librar fácilmente. Por esas razones, el 2018 recobra importancia: o se sigue consintiendo a esta recua de ladrones o de verdad se hará conciencia y se buscará un verdadero cambio democrático.
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