Armando Ortiz / La muerte de una persona nos cimbra, porque ese hecho ineludible nos cancela toda posibilidad de tener físicamente con nosotros a la persona que apreciamos. La noche de ayer, decía mi amigo German Ceballos, que la muerte de Dario Carranza, nuestro querido “Chory”, guardaba un significado relevante, Dario era el primero de nuestra generación al que estábamos velando; sí ya otros se nos habían adelantado, pero siempre de manera súbita, algún accidente o un suceso inesperado. Pero Dario es el primero que se nos escapa de las manos. Jugó ayer al mediodía, se sintió fatigado, fue a la banca a sentarse y de repente se desvaneció sin que se pudiera hacer nada; un infarto fulminante. Otro dijo que ya estamos en la edad de los infartos y eso nos puso en qué pensar.
Ayer a su velorio llegó mucha gente, los amigos que supo hacer, los familiares que lo quisieron, su esposa, sus hijas, su padre y Toño, su hermano querido; y ahí estábamos nosotros, sus amigos del futbol americano, consternados, pero no tanto como para darnos cuenta que no podíamos estar toda la noche tristes, porque si alguno de nosotros fuera el caído, Dario Carranza, el Chory, ya estaría contando sobre esos momentos de brillante alegría que pasara con el occiso. Y eso hicimos toda la noche, recordamos el gran sentido del humor que tenía el chaparro. Contamos anécdotas, reímos un poco. Yo me confundí de sala de velación y me fui a donde velaban a un músico; ya me iba a servir un café y dar mis condolencias a los deudos cuando advertí que el féretro era demasiado grande, entonces me dije, ese no pude ser Darío. Apenado salí de la sala y me reuní con sus amigos quienes seguían contando anécdotas divertidas.
Esa noche recordamos las escapadas juveniles donde vivimos peligros de los que nunca nos dimos cuenta: inauguramos la calle Murillo Vidal con nuestro primer trompo en el “Kid”, fuimos perseguidos por unos veladores cuando confundidos tomamos en sentido contrario la calle de Araucarias, nos persiguió una banda de adultos cuando en un crucero jugando a los gánsters les apuntamos con una metralleta de juguete; bueno, hasta íbamos a tomar clases con el Profe Adán y sus pupilas. Pero entonces eran otros tiempos, eran los años en que se podía regresar a casa de la fiesta, caminando de noche sin temor, sin el miedo de que alguien nos pudiera levantar o hacer algún daño; esos días que no volverán.
Dario se fue y lo vamos a extrañar, un aguerrido jugador de futbol americano, dedicado entrenador, magnifico padre y cariñoso esposo. Como buen cabrón, Darío fue un excelente amigo y ayer esa amistad se manifestó cuando la sala se llenó de testigos.
La muerte socava el camino que nos conduce a la persona que queremos, elimina el puente que nos lleva a dialogar con él. Por eso nos duele la muerte, por la ausencia, y por eso lloramos a nuestros muertos, porque pensamos que nunca más habremos de volverlos a ver.
Pero si hay algo que puede vencer a la muerte, ese algo es la memoria. Los recuerdos, y no es un lugar común, mantienen a las personas cerca de nosotros. Yo sé que mientras más recordemos al Chory, su ausencia se nos hará menos pesada.
Descase en paz nuestro querido chaparro.
Comentarios