Arturo Reyes Isidoro / Donde no puede llegar la razón se encuentra la fe. Esta es una bellísima frase de Santo Tomás de Aquino que en lo personal me cautiva y me mueve. Encierra la esencia que marcó el fin de la filosofía medieval y el inicio de la filosofía moderna.
La recordé por asociación ayer cuando leí una declaración del obispo de Orizaba Eduardo Cervantes Merino lamentando la situación que se vive en el Estado.
“Lo que desafortunadamente vengo oyendo es la pena de la inseguridad, del dolor, de la falta de empleo y de un desarrollo económico y en educación”, dijo para sustentar que por eso es que a todos los feligreses se les lleva el mensaje de la fe.
La nota de Lissette Hernández, corresponsal del portal alcalorpolitico.com registró que el prelado indicó que el objetivo de la visita pastoral a la iglesia “El Sagrado Corazón de Jesús”, en la colonia El Espinal de aquella ciudad fue para tener contacto con la feligresía y escuchar el sentir con respecto a diversos temas. “Quería estar cerca de la gente, el pueblo de Dios que vive entre la alegría, la pena, la zozobra y lo cotidiano de las calles y su fe cristiana en la lucha por formar familias más humanas y cristianas”.
Creo que, en efecto, a los veracruzanos, católicos o no (se nos dice que todos somos hijos de Dios), lo único que nos sostiene y nos hace ir hacia adelante es la fe ante la falta de solución por parte de los gobiernos de los problemas que nos afectan en nuestra vida diaria.
No, no es mal de muchos consuelo de tontos, no. Es una triste realidad. Si los habitantes de Xalapa piensan que son los únicos que padecen las consecuencias de los malos gobiernos, la falta de respuestas a sus necesidades, a su clamor, la decepción, ahora saben también que en Orizaba viven penurias.
Inseguridad, falta de empleo, de desarrollo económico y educación pega también a estos veracruzanos que viven en la puerta de entrada y salida de las Altas Montañas, según va oyendo la queja el prelado. Seguramente él también quisiera hablar de cosas buenas pero la realidad se impone. Qué bueno que al menos va llevando el mensaje de la fe, que es lo único que le queda a muchos veracruzanos, quizá a casi todos cuando, como decía Santo Tomás, se acaba la razón, pero podría agregarse y actualizarse que también cuando se acaba la esperanza que se guardaba en que por fin vendría el verdadero cambio, la solución, la respuesta efectiva, el cumplimiento de la promesa de campaña.
Me pregunto si habrá alguna zona, alguna región, algún territorio de la geografía veracruzana que esté exento de alguna queja por los problemas que viven xalapeños y orizabeños. Lo dudo. Pero en tanto esperamos la llegada de mejores tiempos, con o sin el auxilio de los ministros religiosos, llenémonos de fe, tengamos mucha fe, no la perdamos. Es lo único que nos queda.
Las glotonerías de Duarte
Veo el show que ha armado Javier Duarte con su huelga de hambre dizque para solidarizarse con sus excolaboradores hoy en prisión y no puedo dejar de recordar sus glotonerías.
En los primeros años de su gobierno, un medio día me sorprendió cuando sonó el timbre de mi celular y al contestar una secretaria me dijo que quería hablar conmigo “la licenciada Gina Domínguez”.
Me sorprendió porque me tenían congelado por mis comentarios críticos y ya habían tomado represalias en mi contra. Era yo un apestado del duartismo y no me convocaban a sus reuniones ni me invitaban a sus convivios.
“Me pidió el gobernador que te llamara y te invitara a una reunión en la Casa Veracruz hoy a las ocho de la noche”, me dijo ya sin la altanería y la soberbia que la caracterizaban desde que se había sentido con poder político.
Me intrigó que me invitaran pero mi curiosidad periodística me hizo aceptar para saber qué querían. Antes de las ocho de la noche dejé empezada mi columna, dije en mi casa que regresaba en un momento a cenar, me puse saco y corbata porque consideré que había que tratar con formalidad al gobernador y me encaminé a la Casa Veracruz.
Ahí me encontré a varios columnistas amigos míos habituales a esas reuniones quienes también iban acicalados formalmente. Al entrar a la sala Tajín me di cuenta que en realidad se trataba de una cena porque ya estaba dispuesto todo.
Y entonces comenzó la espera. Dieron las ocho, las ocho y media, las nueve y nada, las nueve y media y las diez y el hombre sin aparecer. Ya nos habían dado unas copas de vino y servido una botana a base de nueces, almendras y otros granos así como tiras de jamón serrano y Duarte no llegaba.
Yo que no sabía cómo era la jugada en esas reuniones me sorprendí cuando lo vi entrar en fachas: mocasines Ferragamo, pantalón de mezclilla todo guango, camisa blanca manga larga desabotonada en el pecho y con las mangas medio arremangadas, sin peinar. Nunca supe si se acababa de levantar. Me arrepentí de haberme puesto saco y corbata.
En una mesa grande cuadrada había personificadores con nuestro nombre, juegos de cubiertos debidamente arreglados con servilletas de tela, la losa con el escudo de Veracruz y un menú impreso para que uno escogiera carne o pescado. Los manteles relucían de blancos y limpios.
Era una formalidad como correspondía a la figura de un gobernador. Cuando Duarte acabó de saludar uno por uno a todos nos invitó a cenar. Y de pronto se hizo un silencio esperando a que él hablara. Y habló.
“Señores, antes de empezar les quiero confiar una cosa”. Cuando dijo eso paré el oído y me dije que seguramente de ahí iba a surgir un tema para mi columna. Todos estábamos muy atentos para escuchar palabras mayores, como dijera Luis Spota.
“En esta casa hay una costumbre que se cumple rigurosamente”. ¡Ah, chingá!, me dije para mis adentros. “¿Saben qué? Que todos los jueves aquí se come pizza, así que me disculpan”, expresó al tiempo que hacía señas a un mesero quien presto le puso dos enfrente mientras que al resto de comensales otros meseros nos preguntaban con toda propiedad si queríamos carne o pescado.
En la madre, me dije de nuevo para mis adentros. Tanta formalidad y protocolo para que nos saliera con eso, y, peor, mientras nosotros tomábamos trinche y cubierto él a mano limpia se echaba los pedazos de pizza en la boca. Desde entonces me dije que no era serio y que se comportaba como un chamaco irresponsable. Veracruz no podía terminar de otro modo.
Por eso ya luego no fue ninguna sorpresa encontrarlo ocasionalmente cenando hotdogs en el callejón de El Diamante en Xalapa, en un carrito muy cerca del Palacio de Gobierno, o en una placita gastronómica en Boca del Río exactamente casi frente a donde tenía sus departamentos, donde –me lo dijeron algunos guardias de seguridad– se le escapaba a Karime para ir por hotdogs, hamburguesas, tortas o tacos, o todo junto.
Creo hoy que si de veras es en serio su huelga de hambre y si no se logra que devuelva lo que se llevó, al menos que lo hagan sufrir un poco metiéndole a su celda eso, hotdogs, hamburguesas, tortas y tacos para que se le antojen. Al menos que sufra algo como casi todos los veracruzanos sufren las consecuencias de su muy mala administración.
Anilú suma
La delegada federal de la Sedesol en el Estado, Anilú Ingram Vallines, está que no cree en nadie en su proyecto de llegar a convertirse en la candidata de su partido, el PRI, a la senaduría y hace proselitismo de la mejor forma, trabajando y tratando de servir, como ayer cuando encabezó a cincuenta alcaldes veracruzanos en una reunión en el Senado buscando sacarlos de la bronca en que se metieron al utilizar recursos federales para infraestructura social municipal fuera de fecha legal.
La joven funcionaria, quien por cierto cumple años mañana sábado, mantiene una movilidad por todo el Estado lo mismo llevando recursos de programas federales que supervisando que se entreguen o se apliquen para lo que están destinados. Buen trabajo, sin duda alguna.
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