No hubo esas campañas de disuasión o persuasión, sin embargo, el alcalde se dio la tarea de poner literalmente obstáculos a los automovilistas para que, ante la dificultad de transitar por el centro de la ciudad, estos se disuadieran de usar el automóvil. Se consiguió un urbanista, un arquitecto que se creyó que Xalapa era Versalles o Praga y colocó asientitos de madera para que el tiempo y la lluvia los pudriera. Creó islas en medio de los caminos, orejas en los cruces y salidas de calles; puso además postes en las avenidas para que los automóviles “respetaran” sus límites.
Pero los imbéciles urbanistas no contaron con que por la ciudad no sólo pasaban autos tipo sedán, sino además transporte público o camiones de bomberos. Si se estuviera incendiando el hotel Limón de la calle Revolución, sólo hubieran quedado cenizas, porque el camión de bomberos, debido a los obstáculos que puso el alcalde, no pudo pasar.