Arturo Reyes Isidoro / Era 1978. Gobernaba el Estado Rafael Hernández Ochoa. Presidía el país José López Portillo.
El político de Santa Gertrudis, municipio de Vega de Alatorre, de hecho era el padre putativo político de la camada que llegaría a gobernar Veracruz o que llegó a destacar políticamente: Miguel Ángel Yunes Linares, Gonzalo Morgado Huesca y un muy largo etcétera.
En ese año, don Rafa, un ranchero que había ascendido hasta llegar a ser Secretario del Trabajo y que llegó a la gubernatura luego de que se cayó Manuel Carbonell de la Hoz, intentó cambiar el nombre a dos poblaciones: Paso del Macho municipio del mismo nombre y Ciudad Cuauhtémoc municipio de Pueblo Viejo.
Al primero intentó llamarlo Francisco Javier Clavijero y a la segunda Ciudad Netzahualcóyotl. Los motivos: al personaje histórico lo admiraba (conservo hasta la fecha aquel hermoso ejemplar que me obsequió de la Historia antigua de México de Clavijero, cuando me iniciaba yo como reportero político) y por lo que hace al tlatoani de Texcoco, lo quiso honrar… ¡porque era el personaje histórico que admiraba López Portillo!, o sea, porque le quería hacer la barba al presidente.
Entonces no había oposición política ni muchos medios y los pocos que existían lo apoyaban decididamente (El Dictamen, El Diario de Xalapa); nadie imaginaba que iba a existir una cosa llamada “redes sociales”; era la época del PRI avasallador cuando lo que decidía un gobernante prácticamente era ley y se hacía y cualquier brote de rebeldía era sofocado incluso a sangre y fuego si era necesario.
Por eso fue noticia que cuando los pobladores de los lugares mencionados se enteraron de su intención se rebelaron y se opusieron a los cambios que pretendía, y cobraron tanta fuerza los movimientos que Hernández Ochoa tuvo que dar marcha atrás.
En el fondo lo que pesó fue el peso de la tradición, algo que es muy difícil romper porque está muy arraigada en el alma de los pueblos, tradición que se forma por la herencia de padres a hijos aunque, claro, se dijo entonces que había un transfondo político y que políticos de esos pueblos eran los que habían intentado los cambios. Con la tradición, creo yo, mejor no meterse.
Todo esto lo traigo a colación y lo comento porque creo que en los polémicos casos lo mismo del embalse de toros de Tlacotalpan que en la xiqueñada, que en las peleas de gallos y que en las corridas de toros, hay una tradición que se intenta romper, si bien hay argumentos de peso de los defensores de los animales, y de ahí la resistencia de los pueblos a que les alteren sus viejas costumbres.
Ahora, en el reciente caso de las peleas de gallos y novilladas o sueltas de toros que aprobó el Congreso local, creo que finalmente se impuso la tradición sobre la defensa y protección de los animales, aunque la polémica continuará.
Creo que los políticos de ahora viven el mismo problema que Hernández Ochoa en su tiempo y saben el repudio que se ganan de sus paisanos cuando intentan alterar lo que está arraigado y que forma parte de su cultura, de su forma de divertirse porque con ello visten sus ferias populares. Por eso, en el caso de los diputados locales, creo que lo pensaron bien y prefirieron a la mayoría sobre la minoría, máxime cuando están pensando seriamente, casi todos, buscar la reelección, esto es, quieren seguir mamando del presupuesto y necesitan votos, muchos votos, todos los votos.
Pero para cerrar semana ya mañana les platicaré ese intento de reelección. Sigo de vacaciones, de descanso, por eso lo dejo hasta aquí.
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