Tanto así que el regordete y malogrado político giró instrucciones para que se le comprara una camioneta, de las más caras, y un departamento donde pudiera dar rienda suelta a su debocado amor. Por esos tiempos se recordará que Duarte de Ochoa la hizo la mera-mera de Espacio Educativos en la SEV. Todo iba viento en popa para Javier Duarte, sin embargo, la clandestinidad de su amorío amorfo y disparatado, como dice Joaquín Sabina, «duró, lo que duran dos peces de hielo, en un wiski on the rocks».
Y es que un acomedido, de los que nunca faltan, le avisó a Karime, la que merecía abundancia de riquezas, que su esposo andaba chorreando miel por la de San Juan Evangelista. El enojo fue enorme; fiel a su estilo, el cese fue inmediato. Sin embargo, Duarte, aún con el aroma del toloache en sus narices, todavía tuvo el valor de asistir a una fiesta de su “chica sureña”. Nadie se asusta por la vida privada de alguien, lo que molesta en el ánimo de los veracruzanos es que alguien utilice los recursos públicos para andar de cola pronta, si alguien quiere hacerlo, que lo haga con su propio dinero.