Rafael Pérez Cárdenas / A Javier Duarte le han dicho de todo. Ladrón, cínico, esquizofrénico, peligroso delincuente, narcisista y egocéntrico, enfermo mental y todas aquéllas que el lector haya escuchado. Le han vaticinado el infierno político y lo han convertido en la encarnación del peor de nuestros pecados: la corrupción.
Pero resulta que sigue ahí, peleando con éxito sus batallas. A la luz de la cobertura mediática y el interés por político por su caso, sigue siendo un hombre muy poderoso. De nadie se habla tanto, a nadie le dedican tantas columnas políticas, nadie aparece tanto en la televisión como Javier Duarte. Lo que diga –aún de manera equivocada- se vuelve viral y convoca a multitudes a tratar de interpretar lo que quiso decir. ¿Quién más logra eso? ¿Acaso el Chapo?
¿Qué comió? ¿Cuánto costará su tratamiento médico? ¿Con quienes va a compartir celda? Todas son notas trending topic. Pero de lo que nadie habla es del dinero que dicen que se llevó. Ahora hasta parece que a nadie le consta.
Vaya, ni Fidel Herrera, Elba Esther o cualquiera de los ex gobernadores que están presos –sólo por poner algunos ejemplos de otros poderosísimos villanos favoritos- tienen la misma influencia. Está claro que no tendrá la más remota injerencia en la elección del candidato presidencial del PRI, pero el “factor Duarte” si estaría modificando la estrategia electoral del Presidente y su partido. Duarte ya hizo perder al PRI una elección de Gobernador.
Por eso me parece que desde Los Pinos están jugando una muy arriesgada partida. El graderío ya está enardecido por las pifias en la integración de las carpetas de investigación por parte de la PGR. Que sólo se le busque fincar responsabilidad por una cantidad similar a la que utilizaba para mandar a comprar tortas a la rielera, encabrona a cualquiera.
¿Cómo es posible que hayan encarcelado por varios años a Elba Esther Gordillo –en cuyo avión incautado trajeron a Duarte de Guatemala- si nunca se robó un centavo del erario? Su fortuna provenía de los cientos de millones de pesos de las cuotas de los maestros de todo el país. La acusación fue entonces por realizar operaciones con recursos procedencia ilícita. Y al bote.
Así que no hay nada que encabrone tanto como tener la razón en los malos augurios. El 18 de abril pasado, en este mismo espacio, con este mismo título, me referí al periplo de Javier Duarte. Entonces, comenté que “cuando muchos lo daban por muerto –literalmente-, resulta que andaba de parranda en una especie de Cancún guatemalteco.”
“Duarte, el poderoso Javier Duarte, tuvo la libertad de decidir la fecha, el lugar y la circunstancia en que sería aprehendido. La propia Fiscal General de aquél país confirmó que sabían de su paradero, pero que no había sido detenido porque las autoridades mexicanas no lo habían solicitado.” Y al parecer, pese a todos, da muestras de mantener el dominio del tablero.
Recién detenido en Guatemala, se observaban escenas similares a la de estos días en los juzgados de la capital del país. Platiqué entonces: “Tal vez por eso la risa –aunque muchos la tachen de un síntoma de nerviosismo cercano a la locura-, la confianza, la seguridad en que gracias a sus nexos inquebrantables, su sacrificio sería de la manera más digna para él y más conveniente para el sistema. Su familia estaría a salvo, como hasta ahora ha sucedido.” Así fue allá y asó ha sido acá. Dicen que padece ansiedad y depresión. Lo mismo decían allá.
En esa entrega de abril también dije que otro ejemplo de su influencia era el proceso electoral que se vivía en el estado de México. “Tirios y troyanos asumen que cualquier vínculo de sus contrincantes con Javier Duarte podría inclinar la balanza a su favor. Unos y otros, al más alto nivel como sucede en el estado de México, difunden profusamente imágenes en compañía del ex mandatario veracruzano con el único propósito de sacar raja electoral. ¿De verdad es tanta la fuerza política de Javier Duarte que es capaz de decidir una elección como la del estado de México?”
“Hasta López Obrador ha salido ya a desmarcarse de Duarte. A curarse en salud por aquello de que vayan a decir algo que, cierto o no, venga a manchar el tornasolado pelaje del peje.”
Desde entonces las cosas no han cambiado mucho. Javier Duarte sigue siendo un hombre muy poderoso y clave –no él, sino su caso-, para el rumbo que tome la sucesión presidencial. Si a un periodista le ofrecieran un personaje para realizar una entrevista, muchos de ellos elegirían a Javier Duarte.
Y cierro como cerré entonces, sin modificar una coma. “En política, la complicidad pesa más que la lealtad.” Al parecer, Duarte cultivó las dos con las personas idóneas. Hoy, en medio de su desgracia, ha tenido canonjías y privilegios que ningún otro político en su situación. Ser poderoso no es un halago, es sólo una condición.
Ni remotamente imagino que Duarte pueda salir en libertad. Si lo hace, el PRI se puede olvidar de gobernar al país en los próximos 50 años.
La del estribo…
A decir de los últimos acontecimientos, la segura reelección de la rectora Sara Ladrón de Guevara parece esfumarse. La caída de Tula Guerrero y la eventual negativa del Congreso para otorgar autonomía financiera a la Universidad Veracruzana confirmarían el divorcio con el Gobernador. Por lo pronto, hoy el Colectivo de Defensa de la UV sale a conferencia de prensa, lo que podría acabar de desbordar en enfado de Palacio de Gobierno.
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