María de la Luz Gutiérrez de Hernández

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Sergio González Levet / Debió haber sido presidenta municipal de Xalapa, pero hace 30 años las condiciones para que una mujer fuera tomada en cuenta dentro de los ajustes políticos eran aún más difíciles que en la actualidad.

Hubiera sido una gran alcaldesa. Su inteligencia, su preparación, su personalidad la hubieran llevado a hacer muchas cosas buenas por la capital, por la ciudad que tanto quiso.

Xalapa hoy sería diferente: tal vez sus calles menos tortuosas, tal vez sus flores con más color y belleza. Tal vez su gente un poco más feliz, y la ciudad más próspera.

Y es que doña María de la Luz Gutiérrez de Hernández era una mujer con una capacidad de decisión inédita, y la entereza sobrada para hacer realidad sus ideas, sus deseos y sus sueños.

No fue alcaldesa, aunque le tocaba, pero fue en cambio una Subprocuradora de Justicia de alto nivel y productividad sorprendente, añadidos a su honorabilidad prístina, allá en los años 80 del siglo pasado.

Y era además una gran mujer: esposa y madre como nadie para su compañero de vida, el reconocido ingeniero Miguel Hernández, y para sus hijos, a quienes les facilitó una vida hermosa y una preparación estricta y amable.

No por nada Iván es un médico magnífico, como muy, muy pocos, y no por nada Edgard es un gran dentista, de los mejores de Veracruz, y no por nada Elizabeth es también es una reconocida profesional en el área de salud.

Los norteamericanos usan en inglés una frase para definir el fallecimiento de una persona: pass away (“pasó adelante en su camino”, en una traducción libérrima pero reveladora). Esa expresión aplica perfectamente en el caso de la licenciada María de la Luz, porque no se fue, propiamente hablando, sino que pasó a ocupar un lugar imperdible en el amor de sus seres queridos y en el afecto de quienes tuvimos la suerte de conocerla.

Discreta como fue en su vida familiar y profesional, la licenciada María de la Luz dio instrucciones precisas a su familia para cuando ella “pasara adelante”: nada de velorios ni funerales, nada de recibir condolencias y muestras (aunque genuinas) de dolor. Dejó este mundo en la intimidad de los miembros de su hogar -con su esposo y sus hijos amados, con sus nietos tan consentidos- según su voluntad, así como era ella para organizar todas las cosas.

Uy sí, cómo se va a extrañar a la licenciada Gutiérrez en estos tiempos en que las personas como ella son los escasos modelos de la virtud, el ejemplo perfecto de que aún es posible hacer las cosas bien y con honorabilidad.

Decía don Adolfo Ruiz Cortines cuando alguien le comentaba que alguien era honesto: “¿Ya lo pusieron donde hay?” Y sí, a lo largo de su exitosa carrera de abogada, cuando a doña María de la Luz la pusieron en donde había, se mantuvo siempre al margen de la corrupción. Cuán pocos pueden decir eso.

Al ingeniero Miguel, a los doctores Elizabeth y Edgard, y a nuestro querido amigo Iván, la sincera condolencia de mi familia, de Elsa, Mariana y Camilo, que tan cercanos los hemos sentido siempre.

¿Qué se puede decir frente a esta pena invicta? ¿Cómo paliar el dolor genuino e imborrable? El único consejo posible, para ustedes que recetan tanto, es esperar que el tiempo llegue con su remedio de la resignación, y dejar que persista el mejor recuerdo de la licenciada María de la Luz Gutiérrez de Hernández: esposa, madre y ciudadana ejemplar.

En paz descansa…

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