Dicen que la tercera es la vencida, y en el caso de Javier Duarte, así fue. El regordete gobernador finalmente acepta regresar a México para enfrentar los delitos por los que se le acusa. Ahora se presentó serio y sin la sonrisa burlona que mostró en la audiencia anterior. Vimos a un Javier Duarte preocupado, sobre todo cuando le leyeron los delitos de los que se le acusa.
Y es que la Procuraduría General de la República (PGR) lo acusa por los delitos federales de delincuencia organizada y lavado de dinero. En esos momentos Javier Duarte abrió los ojos de más y sólo alcanzó a mirar a su abogado.
La realidad ha alcanzado a un exgobernador que sabe mucho del tejemaneje de la política mexicana; un político que ha dejado de ser persona para convertirse en un personaje de una tragicomedia jarocha.
Ahora veamos cómo la cúpula del poder priista mueve sus hilos para proteger a uno de sus hijos preferidos, que tuvo que expulsarlo de sus filas para “taparle el ojo al macho”, dijeran las abuelas.
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