La escena es horrorosa, los cuerpos baleados de cuatro niños junto con sus padres. Asesinados sólo porque era hijos de alguien a quien había que asesinar. Las fotografías circularon para satisfacer el morbo del gran cúmulo de retorcidos lamentantes, pero también para despertar la ira de aquellos puritanos de la red, fariseos que publican en las esquinas las obras de su buen corazón, y que esta vez tuvieron ocasión para reprochar la impudicia de los demás.
Pero el tema no es si se subieron o no las fotos de los infantes asesinados, si se exhibió su martirio, el tema es el asesinato en sí. ¿A qué niveles de monstruosidad hemos llegado como para que un sujeto sin alma le dispare en la cabeza a un niño de cuatro o cinco años?
¿Qué deuda nos están cobrando esos sujetos? ¿Qué estamos haciendo nosotros para evitar que esto siga sucediendo? ¿Qué ha hecho mal esta sociedad como para que en su seno o en sus suburbios se gesten estos engendros sin consciencia, sin dios y sin diablo? Lamentablemente, como dijera un clásico, los demonios andan sueltos y, o los combatimos o vivimos sometidos a ellos.
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