Jorge Flores Martínez /
Cosas veredes
Son pocas las fotos que marcan y destruyen, tal como sucedió con la que vi el domingo en la mañana, fue tal mi molestia que decidí apagar la computadora, tragarme el coraje completo y pasar a otra cosa. Total, era día del padre, el primero en 27 años en el que mis hijas estaban fuera.
Recordé a mi padre y a mis abuelos; de mi padre intenté recordar un momento solemne que con palabras serias me transmitiera un valor indiscutible de la vida y, no’más no pude, todos terminaban con risas y una broma por enseñanza.
Recordé cuando tuve la oportunidad y la suerte de ir a Europa con él, el motivo, un congreso de medicina. Lo vi vivir una frustración profesional, pude platicar en un café en Plaza Catalunya durante un par de horas y decirle que podría parecerle raro, pero que siempre es fácil admirar a un padre en el éxito, que yo en mi caso lo admiraba más en ese fracaso, decirle que admiraba su actitud y dignidad a prueba de todo. Pedimos otro café, le dije que nunca en sueños me hubiera imaginado estar con él en Barcelona, la ciudad más bella que había conocido, en una terraza tomando un café. Todavía recuerdo que me dijo: “mi Jorge, se ve que no conoces París”. Sus principios y ética con los años le dieron la razón, siempre se la dieron durante toda su vida, siempre jugó con las mismas fichas. Días más tarde estábamos tomando un café en Champs Élysées.
De mis abuelos solo puedo decir cosas hermosas. De mi abuelo Juan recuerdo cuando me sacó una uña enterrada en su consultorio del ISSSTE, toda mi vida fue mi abuelo, pero no lo conocía de doctor, en su medio ambiente profesional; recuerdo que todos en el hospital salieron a conocer al nieto del doctor Flores, yo estaba desconcertado de verlo en su trabajo, un hombre en ese tiempo de poco más de 70 años querido y respetado por todos, después tuve que ir a curaciones y puedo decir que iba con mucho gusto en todas las ocasiones. Es curioso, pero de mi abuelo Juan recuerdo que se platicaba muy bonito y tenía un sentido del humor envidiable; pero lo mejor eran sus silencios, tenía una enorme capacidad de transmitir enseñanzas en esos silencios.
De mi otro abuelo, don Celestino, solo puedo decir que era un español como tantos que llegaron a México en el siglo pasado, llenito y que nunca perdió, ni un poco, su acento. En verdad que era un español como muchos, muchísimos que vinieron a México, pero aun siendo como muchos, mi abuelo era único, estoy seguro que es el hombre más bueno que he conocido. Nunca lo vi enojado a pesar de tener cientos de motivos para estarlo, no le oí una grosería jamás y, era la persona más atenta y educada que recuerdo; para mí era un orgullo caminar con él por Coatepec o simplemente pararnos en la puerta de su casa en la tarde; juraba que era la persona más rica e importante del pueblo, todos los que pasaban lo saludaban con respeto y afecto, todavía recuerdo el tono de: “Buenaaaaaaas don Celestino”.
Esos eran mis viejos, mis queridos viejos, y es justo ahora que, después de muchos años me encuentro que yo soy el viejo de mis hijas, que soy y tendré que ser el viejo de ellas durante, espero, muchos años.
Me queda grande el papel, por la sencilla razón que solo soy yo, tengo que ser como mi padre, tener su humor y generosidad; como mi abuelo Juan, con su entrega y su ser amigo; como mi abuelo Celestino, bueno a prueba de todo. Que pena por mis hijas, solo tendrán un poco, muy poco de todo.
Volviendo a la foto que me puso de mal humor y me permitió recordar a mis viejos; no se vale, por la sencilla razón que, no se vale y no se valdrá nunca eso.
Parece que los valores sirven para un carajo, no importa en ningún momento que seas uno de los más importantes responsables del desfalco del estado, puedes ir a palacio y tomarte una foto con el gobernador como si nada hubiera pasado, sin un usted disculpe, pero esto ya es demasiado, estas son chingaderas.
De la otra foto, prefiero no comentar nada, llevaron la Secretaria de Gobierno a nivel de revista de Tv y novelas. Que bajo nivel, bajísimo. Qué la esposa exponga sus fotos golpeada es realmente de pena. Pero en fin, que bueno que la rectora le regaló su título de abogado, tengo la sospecha que le será de utilidad.
Por cierto, no me han recibido en Palacio de Gobierno después de ya casi tres meses. Ya estoy entendiendo, al parecer la basura tiene, como lo ha tenido los últimos doce años, derecho de picaporte.FOT
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