Sergio González Levet / Él lo venía pensando desde hacía tiempo, lo traía adentro en el alma, escondido en ese rincón en donde se guardan las mejores cosas, y terminó por sacarlo.
Hace unos años, Nicanor Moreira Ruiz platicó con su familia, su madre, sus hermanos, y les hizo ver que Xalapa es la ciudad en donde su padre, don Venancio Moreira -español de cepa-, decidió asentarse. Y lo hizo con tan buen fario que a fuerza de mucho trabajo y esfuerzos logró hacer fortuna y dar una vida mejor a sus hijos… tampoco una vida de lujos desmedidos, sino la mejor posible, la sencilla, ésa que se nutre del trabajo diario, la responsabilidad y la conciencia tranquila, y forma hombres de bien.
Y Nicanor les dijo que pensaba que de alguna forma debían retribuirle al lugar en que ellos nacieron todo lo que les había permitido hacer.
En vida, su padre había estado de acuerdo siempre con esta idea, y como ya se había adelantado, significaría un homenaje a su memoria echar para adelante la intención.
Así que nuestro protagonista decidió hacer política, pero de la buena, la que le llaman social. No tuvo que convencer a su esposa, Yuvia Mendoza de Moreira, porque ella tiene también una gran conciencia social, fruto de su formación y de su emoción.
Nicanor armó primero una fundación, a la que llamó Nuestro Municipio, aprovechando sus propias iniciales, y se fue a recorrer las colonias populares, a platicar con los jodidos -que eso son, no encuentro un término más adecuado, si me disculpan-, a los que ya conocía porque en la mueblería familiar tuvo tratos con muchos de ellos, y sabía de sus congojas para pagar el abono, del sacrificio para hacerse de un aparato o un mueble que les permitiera vivir mejor, hacer menos dura su vida de privaciones… y también de su pundonor para pagar siempre y honrar sus compromisos.
Con ellos aprendió que es más seguro hacer arreglos con los pobres, porque ellos siempre terminan cumpliendo. No como ciertos personajes muy acaudalados, que han hecho su fortuna al abrigo del robo, del timo, de la mentira.
Quienes conocen a Nicanor saben que es una persona accesible, de trato amable (“Tanto, que hasta yo, que soy su compadre, lo quiero mucho al canijo”, confiesa alborozado uno de sus más cercanos amigos). Sus clientes y proveedores le reconocen el buen trato que tiene en los negocios y que es hombre de palabra, de ésos que tanto escasean en la actualidad.
Pero volvamos a su fundación, y con ella se dio a la tarea de ir los fines de semana a las casas destartaladas, a las calles sin pavimento, a los lugares en donde se ha enseñoreado la necesidad. Fue y platicó con ellos, los fue conociendo más a fondo aún en su miseria. Y ahí se dio cuenta de que se podía hacer mucho más por ellos, no solamente el paliativo que él les llevaba en forma de despensas, de frazadas para el frío.
Por eso decidió buscar la presidencia municipal de Xalapa, primero de manera independiente, después con el PAN y su aliado el PRD, en donde conoció que la política -que era el arte de hacer el bien común- se había convertido en un juego de intereses mezquinos, de engaños, de traiciones.
Finalmente, aceptó la candidatura que le ofrecieron en el Partido Alternativa Nacional, el Panal de los profesores, y ya investido como abanderado se dio a seguir haciendo lo mismo: recorrer las calles sin pavimento, tocando en las casas destartaladas, hurgando desde la necesidad las soluciones para los que sólo tienen la vida para perder, y un voto como el único patrimonio que todavía les pueden arrebatar los mercaderes de la política.
Nicanor los fue convenciendo porque sabe hablar su idioma, y les habló también con la verdad…pero eso lo veremos mañana.
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