Armando Ortiz / Leer El Quijote de manera minuciosa con mis adultos mayores de la Quinta de las Rosas me ha brindado grandes momentos, sobre todo porque la lectura se brinda a personas que aprecian cada pasaje, cada aventura, cada disparate de este magnífico loco, creación de Miguel de Cervantes Saavedra. Los que hemos dado clases de literatura a alumnos de preparatoria sabemos lo frustrante que es ofrecer las deliciosas lecturas a los jóvenes que desprecian semejantes manjares, y que prefieren la “comida chatarra” de la televisión o del internet.
Sobre estos grandes momentos, que la lectura del Quijote nos ha brindado, encontramos un pasaje estimulante, del que no sabía nada, del que pocos han hablado.
En el Quijote podemos encontrar sublimes elogios a la mujer, a la libertad, a la paz, a la amistad, a las armas y a las letras, y también de la lectura. De hecho, toda la novela es un elogio a la lectura, aunque posiblemente la “pretensión” de Cervantes haya sido mostrar las consecuencias que acarrea a un hombre, su obsesión por la lectura de libros de caballería.
Esa obsesión impulsa a este hombre, don Alonso Quijano, un hidalgo venido a menos, a salir armado de caballero a los caminos de la Mancha, a defender viudas, huérfanos y a desfacer entuertos. Esa intentona de don Quijote hubiera quedado en una breve aventura, digna de una “novela ejemplar”, de no ser por la aparición de un personaje que permite a Cervantes ampliar su historia a dos tomos enormes; ese personaje es por supuesto Sancho Panza. Sin Sancho el Quijote sólo sería un simple loco. Gracias a Sancho Panza el Quijote es un idealista, un librepensador, un defensor, un gran discursante, un visionario, un ingenioso hidalgo, en pocas palabras, un caballero.
En su segunda visita a la venta, donde caballero y escudero vivieran grandes aventuras “dignas de ser contadas”, donde la Maritornes confunde a don Quijote con su amante de ocasión, donde don Quijote prepara a Sancho el salutífero bálsamo de Fierabrás, donde el aporreado y “maldormido” Sancho es manteado por salirse sin pagar el servicio de hospedaje y alimentación, en esa misma venta, ya acompañados del cura, el barbero, de Cardenio y de Dorotea, quien representa el papel de la princesa Micomicona, nuestros héroes hacen una escala en su camino hacia la hacienda de don Alonso Quijano.
Don Quijote pide una cama mejor que la de la vez pasada, se la brindan y se va a dormir. Sancho y sus acompañantes se quedan platicando con el ventero, quien les refiere que la posada es un lugar al que acuden muchas personas y que, en tiempos de siega, durante un descanso por la noche, la gente se reúne a leer las aventuras de los libros que él tiene a la mano. El cura, que ve en la locura de don Quijote las consecuencias de leer los “nocivos” libros de caballería, le advierte sobre ello al ventero, como diciéndole que la misma enfermedad se le pudiera contagiar. Pero el ventero, hombre poco ilustrado, natural y práctico, le da una respuesta al cura que es una defensa, un elogio a los libros y la lectura:
“No sé yo cómo puede ser eso, que en verdad que, a lo que yo entiendo, no hay mejor letrado en el mundo, y que tengo ahí dos o tres dellos, con otros papeles, que verdaderamente me han dado la vida, no solo a mí, sino a otros muchos. Porque cuando es tiempo de la siega, se recogen aquí las fiestas muchos segadores, y siempre hay algunos que saben leer, el cual coge uno destos libros en las manos, y rodeámonos dél más de treinta y estámosle escuchando con tanto gusto, que nos quita mil canas. A lo menos, de mí sé decir que cuando oyo decir aquellos furibundos y terribles golpes que los caballeros pegan, que me toma gana de hacer otro tanto, y que querría estar oyéndolos noches y días”.
El libro, dice Cervantes en voz del ventero, da la vida; la lectura “nos quita mil canas”, es decir, hace que se nos olviden los problemas; el libro y las cosas que leemos nos mueven a actuar, nos toma en gana hacer lo que los héroes hacen y salir a dar de trompadas a aquellos que cometen injusticias, y finalmente dice el ventero que el sólo quisiera estar oyéndolos noches y días.
La lectura es como el bálsamo de Fierabrás, salutífera poción que a decir de don Quijote sólo cura a los armados caballeros y a los que no lo son, les provoca diarrea, y vómito. Ya lo dice don Quijote del famoso bálsamo, y nosotros lo decimos de la lectura: “que todo este mal te viene de no ser armado caballero, porque tengo para mí que este licor (la lectura) no debe de aprovechar a los que no lo son”.
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