Jesús J. Castañeda Nevárez / Un Sociólogo chileno pasó un año entrevistando y estudiando a más de 40 ladrones de casas para determinar cómo piensan y actúan, de manera que se pudiera diseñar un modelo de vivienda inexpugnable.
Lo sorprendente del estudio fue la disposición de los ladrones entrevistados, que en un alarde de datos que proporcionaron pusieron en evidencia “el orgullo de lo que son, de expresarlo y sentirse importantes”.
Hablaron de su modus operandi, de los conocimientos técnicos y del respeto al código de la actividad, pues según los ladrones, para ser incorporado al gremio el principal requisito es tener algún vínculo familiar, como una tradición que se pasa entre generaciones y no ser un vulgar pandillero. Hablaron también del territorio compartido con un par de ladrones más, como una estructura con límites claramente marcados. Pero no sólo de su actividad se ocuparon, pues hubo entre ellos algunos personajes que hablaron de sus gustos por la buena lectura con la cita obligada de los 3 libros y el nombre de sus autores.
Quedó muy claro el comportamiento de ellos ante los casos con mayor vigilancia y por consiguiente mayor riesgo, algo parecido a una competencia, que entre más complicaciones representara el reto los empujaba al grado de no pensar en algún momento en abandonar la misión. Entre más grande fuera el robo más grande era el sentimiento de satisfacción; no por el dinero, sino por el placer de sentirse superior a los demás ladrones.
Semejante a ese espíritu de competencia que lleva a algunos personajes a encerrarse por horas frente a un aparato tecnológico que les provee de juegos que los transportan en una excitación adictiva de reto vs triunfo, hasta ocasionar un extravío de lo real vs la ficción.
Un personaje con esa tendencia representa sin duda un peligro social muy alto y si por causa de esa tradición de herencia generacional llegare a ocupar un cargo público relevante, el nivel de decisiones que pudiera tomar significará la aplicación de un juego mental y emocional que lo llevará a escalar constantemente el nivel hasta lograr superar todas las pruebas antes alcanzadas por otro jugador y declararse como el mejor de todos.
Sólo así se puede explicar la razón de la sonrisa abierta de algunos personajes que han sido alcanzados por el brazo de la ley y que sonríen con satisfacción por lo que lograron; por su fama; o por lo que ellos saben y nosotros no.
En el bajo mundo de los ladrones tendrá el respeto y reconocimiento, no importando que los demás lo odien; el elogio de sus cercanos es el mayor alimento a su vanidad.
Muchos de ellos con las bolsas llenas de dinero y las manos llenas de la sangre de sus víctimas. Cómplices directos que no se detuvieron a considerar el daño a muchos inocentes y participaron del saqueo brutal y despiadado en contra de las finanzas públicas que arrastrarán a la miseria a las siguientes generaciones.
Porqué sonríe el mayor ladrón que haya pasado por Veracruz; ¿será por la satisfacción de haber superado a su hacedor y maestro? O por la confianza de tener bien asegurado el botín y haber pagado por anticipado todo el proceso de su defensa; o por el “arreglo” con el poder, para que realice algunas tareas que tengan un efecto positivo en el próximo proceso electoral y en pago alcance muy pronto su libertad por errores de proceso o por buena conducta.
Sin duda la razón de su sonrisa no la sabremos y tendremos que conformarnos con la tesis del sociólogo: “el orgullo de ser ladrón y sentirse importantes”.
La justicia tiene tareas urgentes que atender, no sólo de borrar la sonrisa del ladrón y la reparación urgente del daño; también está el demostrar contundencia y alejamiento de cualquier situación de sospechosos acuerdos debajo de la mesa. Porque el pueblo ya está cansado y a punto de reventar. Es mi pienso.
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