Jesús J. Castañeda Nevárez / El hombre avanzaba con la mirada clavada en el piso; sus zapatos empolvados reflejaban el largo camino recorrido. Atrás dejaba muchos años de trabajo y esfuerzo, también dejaba muchos sueños, ilusiones y una familia que lo aguardaba esperanzada de que consiguiera alguna forma de obtener dinero para alimentarlos.
La situación en el pueblo de SantaCruz era realmente lamentable; el anterior alcalde se había robado hasta los botes de la basura y lo que no se llevó él se lo llevaron sus cómplices, dejando las arcas del pueblo no sólo vacías, también embargadas por causa de un exceso de préstamos que sobre endeudaron al pueblo, dinero que también se robaron.
La pobreza circulaba descalza por las calles del pueblo. Se podía escuchar el ruido de las cortinas de muchos negocios bajarse de forma definitiva ante las bajas ventas. La desolación era total. Los pobladores no atinaban a entender la causa de esa ausencia de dinero que había ocasionado esa parálisis en la economía y por ello la única esperanza era que con la llegada del nuevo alcalde se pudiera recomponer todo el caos.
Pero algo pasó, porque la estrategia para poner orden no fue entendida por el pueblo, tal vez por su ignorancia o por la falta de lucidez ocasionada por el hambre arrastrada por ya varios meses.
Llegaron con el nuevo alcalde muchos personajes desconocidos, presumiblemente “juereños” y lo primero que hicieron fue un exterminio de todos los que tuvieran cara de haber estado cerca “del anterior”; no importaba si sólo pasaron por la misma calle o si sólo coincidieron en algún evento, porque se trataba de limpiar el pueblo de los corruptos y para ellos todos tenían expresión “sospechosa”.
Triste caso de quienes aparecieron en alguna fotografía, aunque fuera por accidente, ya estaban marcados y sentenciados, sin importar que sólo hubieran pasado por allí. Como no tomando en cuenta que estar en una foto no es prueba de delito.
La instrucción parecía ser: “todo el que sea o se parezca, no se detengan a investigar, acaben con él sin consideración”. Porque eso hicieron.
Con trato déspota, prepotente, altanero, cruel, hostil, majadero, humillante y como dicen algunos “de perro pa’ tras”, los “juereños” fueron eliminando trabajadores, proveedores y todos los que se les atravesaron fueron despojados de sus derechos sin miramientos. Entonces el pueblo pasó de la angustia a las lágrimas y después a la desesperación.
Algunos se fueron antes, otros los imitaron después y los que aguantaron por ilusos o porque no tuvieron fuerza para iniciar de nuevo en otro pueblo, ahora estaban decididos no sólo al éxodo, sino a hacer lo que fuera necesario hacer para que sus hijos tuvieran que comer.
El día declinaba, el sol se compadeció del caminante y le dio un descanso que le permitió levantar la vista y observar a corta distancia un poblado; su rostro se animó y apresuró el paso sacando fuerzas de alguna parte hasta llegar, encontrando en el lugar un ánimo de fiesta.
Parecía una celebración religiosa o algo parecido; había comida y eso le hizo no distinguir ni las formas ni el protocolo. Se sentó en una enorme mesa junto a otras personas y esperó.
Comenzaron a poner platos frente a los comensales, pero ninguno iniciaba, como esperando algo. En la cabecera de la mesa un hombre se puso de pie y recitó un verso de la Biblia y se sentó; el hombre a su derecha hizo lo mismo y los siguientes siguieron su ejemplo.
El caminante estaba atento a lo que sucedía y pronto se percató de la forma de estructurar las palabras en cada intervención de modo que cuando llegó su turno, pensando en su propia situación y la de sus paisanos de SantaCruz se puso de pie y decidido desde el fondo de su corazón exclamó: “pobre del pobre que al cielo no va, lo friegan aquí y lo friegan allá”.
Los miserables corruptos y ladrones que hicieron un grave daño al pueblo, merecen un castigo ejemplar, todo el peso de la ley además del desprecio de todos, como para que jamás vuelvan a poner un pie en el pueblo.
Pero los agraviados, el pueblo entero, sólo merece ser tratado con justicia y esto no está sucediendo, agravando la situación y levantando poco a poco un clamor popular de desesperada urgencia que merece ser tomado en cuenta, antes de que sea demasiado tarde. Ese es mi pienso.