Armando Ortiz / Tenía que ser Marco Antonio del Ángel, hijo del líder de los 400 pueblos; tenía que ser el vocero del Revolucionario Institucional, el “idóneo” para este puesto; tenía que ser el que se desnudaba por dinero y no por justicia como él dice; tenía que ser uno de los que más se atascó de corrupción, uno de los que más se excedió amagando con su grupo de desnudistas a la sociedad para conseguir lo que quería; tenía que ser el vástago de un explotador de hombres, mujeres, niños y niñas el que pida perdón por su partido, que ni es su partido.
Dice el flamante vocero del PRI que ofrece una disculpa por la mala gestión de Javier Duarte, como si ese hubiera sido sólo el problema. Mala gestión se califica al trabajo deficiente de una persona, ese trabajo deficiente se debe a la negligencia del que debe desarrollar ese trabajo. Pero en el caso de Duarte no sólo hubo negligencia e ineficacia, en el caso de Duarte hubo una intención maligna y corrupta por echar a perder las cosas sin importar las consecuencias. Javier Duarte, Karime Macías y los funcionarios que participaron en su gobierno no fueron negligentes, fueron voraces, se portaron como una horda de hambrientos zombis que sólo buscaban devorar el presupuesto del estado de la manera que se pudiera.
Ofrece una disculpa Marco Antonio del Ángel, el “idóneo” vocero priista cuando el formó parte del Congreso de diputados que debió mantener ese equilibrio en el poder que todo gobierno democrático requiere. Del Ángel, como todos los diputados priistas y algunos de oposición, se sometieron a la voluntad y los caprichos de un nerón que buscaba incendiar Veracruz. Los diputados nunca hicieron trabajo legislativo, su labor era negociar su voto al mejor postor. Ahora sale Marco Antonio del Ángel, quien fuera diputado del PRI, a decir que hubo una mala gestión, sólo eso, una mala gestión.
Pero eso sí, mientras Javier Duarte, Bermúdez Zurita, Gina Domínguez, Alberto Silva y toda esa runfla de maleantes que gobernaron Veracruz por seis años hacían de las suyas, Marco Antonio del Ángel nunca vio una mala gestión, siempre aplaudió las decisiones de su gobernador, el mismo en el que se cobijaba pues le brindaba impunidad ante cada acto de barbarie que cometía.
Del Ángel Arroyo nunca se pronunció en contra de los periodistas asesinados, nunca se pronunció en contra del endeudamiento, nunca se pronunció en contra de los desfalcos, de las empresas fantasma; Marco Antonio del Ángel no se pronunció en contra de nada porque tenía un gobernador a la medida, hecho especialmente para gente como él: corrupto, siniestro, voluntarioso, cruel, explotador, vividor, extorsionador, exhibicionista. Cómo se iba a quejar de Duarte, si Duarte era lo que un grupo como los 400 pueblos necesitaba, un aprendiz de tirano, codicioso y desequilibrado que les brindaba impunidad y dinero.
Pero Marco Antonio del Ángel, con unos cuantos días como vocero del PRI, también se ha vuelto visionario. Pues lo que no vio en seis años de gestión duartista, ahora lo vislumbra muy bien en tres meses de gestión de Yunes Linares. De repente se acuerda de las clínicas que no tienen insumos, cuando durante seis años nunca se dio una vuelta por ningún hospital para cerciorarse que en ese sexenio la escasez fue monumental; ahora se queja de las licitaciones directas, cuando el Congreso nunca puso un alto a las empresas fantasma; ahora se preocupa por la inseguridad, por los homicidios y los secuestros, pero cuando iba Bermúdez Zurita a comparecer el señor se ausentaba porque el tema no era de su competencia. Ahora, ya fuera del gobierno, se da cuenta de la paja en el ojo ajeno, cuando durante seis meses ellos cargaron con una viga en la mirada.
Pero claro, en la política hay un tiempo para todo. Un tiempo para ser gobierno y un tiempo para ser oposición, un tiempo para ser cínico y otro para sentirse honrado, un tiempo para ser vividor y otro para decirse asalariado, un tiempo para quitarse la ropa y otro para rasgarse las vestiduras, un tiempo para callar en el Congreso y otro para decir estupideces en el PRI, un tiempo para robar y otro para pedir perdón.
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