Un consejo para San Bruno (Primera parte de 4)

La antigua Fábrica de San Bruno FOTO: JORGE FLORES MARTÍNEZ
- en Opinión

Jorge Flores Martínez / Para iniciar, lo primero que debo aclarar es mi interés en estas ruinas que se dicen históricas, parte importante de la ciudad y esencia casi mística de un barrio de Xalapa.

El 20 de abril de 2014, aunque no es relevante, debo precisar que era mi cumpleaños y en los primeros minutos del día abrí mi Facebook, encontrándome con una invitación para conocer las instalaciones de lo que en su momento fue la Fábrica de Hilados y Tejidos de San Bruno, ya que un grupo de vecinos había recuperado el espacio de delincuentes que, en fechas recientes habían desmantelado gran parte de la construcción y que además ocupaban dicho lugar como guarida para sus desmanes. La invitación estaba enmarcada con una foto de un equipo de béisbol de los empleados de la fábrica fechada en 1933, en la que además aparecía sentado de manera especial mi bisabuelo don José Rodríguez Fano quien, en ese entonces, era el gerente de la mencionada fábrica.

El solo hecho que mi bisabuelo apareciera en la foto guardaba un significado especial para mí, de alguna manera gran parte de las anécdotas de la familia tenían como escenario la fábrica. Vinieron a mi mente cientos de recuerdos de mis abuelos, mi padre y mis tíos donde siempre con gran cariño y afecto se referían a San Bruno, sin olvidar mencionar que mi bisabuela, doña Ana Villegas de Rodríguez, era vecina y originaria por varias generaciones de esos parajes, distantes y aparte de Xalapa en esos tiempos.

Mi abuela paterna, doña Consuelo Rodríguez de Flores, siempre que tenía ocasión nos platicaba algún recuerdo de San Bruno, tengo presente cuando con algo de molestia nos platicaba la vez que el abuelo de Miguel Alemán Velasco entró a la fábrica a robar en épocas de la Revolución y tuvieron a mi bisabuelo con la soga al cuello para que les diera el dinero y la mercancía que tenía a su resguardo como gerente, y siempre con lágrimas en los ojos, no sé si de coraje o de impotencia, terminaba la historia diciendo: “quien los viera ahora, hasta a presidente llegó su hijo”.

Lo anterior fue ocasión para que mis bisabuelos decidieran enviar a un internado a mi abuela, una niña de escasos 6 años, y a su hermano mayor a Gijón, en España, de donde mi bisabuelo era originario. Fue una “corta” estancia de más de 10 años en lo que la violencia y la excitación de la Revolución calmaban sus violentos instintos depredadores por otros más serenos, pero nunca menos depredadores.

Así que, una vez tranquilizados los excitados ánimos de la Revolución, mi abuela regresó ya toda una señorita a la casa familiar; don Pepe, mi bisabuelo, aún era gerente de la Fábrica de San Bruno, y mi abuelo, el doctor Juan Flores Villalobos realizaba constantes visitas a ésta para dar atención a los empleados, ahí la conoció, ya que la presencia de la recién llegada no pudo pasarle desapercibida y de ella solo tenía referencias por algunos empleados de confianza.

Por lo anterior es que me fue imposible dejar de asistir a la invitación que hacían este grupo de vecinos de San Bruno, era irresistible conocer esas instalaciones, a las que solo podía visualizar a través de los recuerdos familiares, que debo reconocer, ya hasta para mí parecían tan solo los recuerdos de recuerdos lejanos.

Me apersoné en la fábrica ese domingo, 20 de abril de 2014, a la hora fijada en la invitación y me presenté como bisnieto de don José Rodríguez; posteriormente, Esteban Aparicio nos dio un recorrido por todas las instalaciones, con una explicación de cada espacio, las funciones que tenían y las personas que habían laborado junto a su padre. Aún recuerdo su emoción al caminar por los restos de la fábrica, el cariño con el que de forma atropellada nos explicaba, él con los ojos cerrados en un intento de imaginarse que no eran ruinas lo que presenciábamos, era la Fábrica de San Bruno en sus mejores momentos.

Una vez terminado el recorrido me presentaron con dos personas de edad que conocieron a mis bisabuelos y, que con gran cariño me decían que habían sido dos bellas personas, siempre preocupadas por todos los empleados; la señora, me indicó perfectamente la ubicación de la casa donde vivió en su infancia mi bisabuela.

Antes de retirarme, tuve ocasión de conocer a Ignacio Lara, a Antonio Contreras y a su padre; de Ignacio me sorprendió y todavía me sorprende, su entrega al barrio y a sus valores, el conocimiento casi de testigo presencial de cada uno de los mártires del 28 de agosto y de todo lo acontecido en esos terribles días; de Antonio Contreras y de su padre me pareció de gran valor su activismo y la visualización que tenían del espacio como elemento vinculador de cultura y de deporte, me señalaban casi como si lo vieran donde estarían las canchas, los talleres culturales y el memorial de los mártires.

Me retiré no sin antes intercambiar teléfonos con todos y les dije que estaba muy emocionado de haber regresado a un lugar en el que nunca había estado, pero que casi podía reconocer. Me comprometí a participar en su esfuerzo de la única manera que sé hacerlo, como arquitecto, con un proyecto conceptual de un espacio dedicado a la cultura y al deporte como una forma de homenaje a los mártires y como elemento de cohesión social del barrio y de la ciudad y porque no, una forma de recordar mis orígenes.

Obtuve los planos de la fábrica de un levantamiento realizado en 1933 y puse manos a la obra con lo prometido, me encerré unos días en el estudio, con detalle y cuidado descifre cada plano, teniendo como referencia fotografías antiguas del lugar. Con el levantamiento de la fábrica antigua listo, procedí a elaborar el modelo en 3d para comprenderlo mejor, era el primer paso para cumplir con el compromiso.

Lo siguiente fue determinar los elementos históricos que permanecerían, para lograr que el proyecto respetara esos vestigios y de ahí intentar aprovechar cada espacio existente con actividades deportivas, culturales, talleres, auditorio y por supuesto, la propuesta de la mejor biblioteca de la ciudad.

Fue durante el proceso de diseño conceptual que encontré la metáfora del proyecto, se trató de una fábrica de hilados y tejidos, ahora sería una fábrica, un espacio formador de ciudadanos, en la que se construya la participación que entendemos, por lo menos en definición como democracia. Sería “La Fábrica”, jamás podrá dejar de serlo, por sus referentes en el barrio, por su constitución como hito de la ciudad, pero sobre todo, porque ahora sería donde se hilarían y tejerían los valores necesarios para formar ciudadanos por medio de la cultura y el deporte.

Ya con el proyecto arquitectónico me presenté en la fábrica y se los expliqué a detalle, siempre reiterando que era conceptual, que solo se trataba de la visión que pude interpretar de sus pláticas y del mismo espacio que la fábrica representaba. No se trataba de un proyecto terminado, es más, ni siquiera era el proyecto arquitectónico formal, tan solo era una idea conceptual con la que iniciar este interminable proceso burocrático.

Lo sucedido después, a pesar de que lo esperaba, reconozco que me llenó de desilusión, el grupo de vecinos se dividió y se conformó en por lo menos dos corrientes, una, que pugnaba por la cohesión ciudadana, por un espacio autogestionado y que casi en automático rechazaban cualquier intervención oficial; y el otro, con su postura de colaboración con las autoridades para la recuperación de la fábrica, para que de esta manera sea un espacio de cohesión del barrio.

Ya comentado lo anterior, la intención será que en las siguientes aportaciones sobre este espacio se expongan las posturas de cada grupo, sus intenciones y visiones, pero sobre todo los puntos de coincidencia, para terminar con una conclusión donde se privilegie la recuperación de la antigua Fábrica de San Bruno en base a estas coincidencias, tanto de posturas como de visión conceptual.

Insisto, en San Bruno solo me motiva lo que expreso en estas líneas; tengo claro que los monumentos al ego requieren mucho más que las tres hectáreas con las que cuenta esta propiedad, solo espero que todos los involucrados estén conscientes que el ego y la vanidad no tienen espacio en estos proyectos, que deben ser de muchos y para todos.

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