Elena Córdova / Cuando las personas son sinceras, leales, generosas y trabajadoras, sin duda, logran alcanzar en algún momento la excelencia en su vida, pues se alejan de la presunción y la búsqueda egoísta de sus propios satisfactores. Ahora, imagine que estas virtudes se cultiven diariamente en el quehacer de un servidor público. Sin duda se reflejará en la necesidad –que no en un compromiso u obligación institucional– de procurar el bien de las demás personas todo el tiempo mientras cumpla con su responsabilidad conferida.
En ese mismo sentido, cuántas veces hemos oído los discursos de los funcionarios cuando hablan al público, y al mismo tiempo, vemos a la gente, a veces apática, otras indiferente, sólo escucha y no muestra emoción alguna. Seguramente es, en gran parte por las palabras que sólo lee o transmite, pero en mucho, debe ser porque, esa misma gente, muy en el fondo siente que se trata de un discurso hecho, vamos, sabe que el funcionario sólo cumple con lo que tiene que hacer y decir en ese momento.
Por eso, cuando un verdadero servidor público dice que no hay un privilegio más grande que la posibilidad de servir a los demás y que, en el rostro de la gente que lo escuche se note la atención fija, la mirada transparente acompañada de un gesto amable, incluso de una sonrisa, en ese instante se crea esa conexión sincera, pura entre quienes sienten suyo lo que les dicen. Y esto sólo se da entre quienes saben de lo que hablan, porque lo han vivido, lo conocen y al tiempo, quienes los escuchan no dudan de ello, y lo aceptan como uno más, porque también lo siente por igual.
Hace unos días, la Subsecretaria Mely Romero mencionó en su mensaje con motivo de la celebración del Día del Servidor Agrario, que es en el campo donde se puede tener una vida alegre y duradera, reconociendo que ahí mismo está el origen de los cambios más importantes de nuestro país –seguramente se refiere a la reforma agraria y la justicia social aún pendientes en las zonas rurales– y que por tanto, la bandera agraria ha defendido siempre los intereses de nuestras raíces.
En ese evento, puso especial énfasis en reconocer a los pequeños productores, “porque ellos jamás le han fallado a México”, les dijo. “A cien años de que las demandas agrarias dieran vida a nuestra Constitución, el campo de nuestros pequeños productores sigue siendo un motor para el futuro de nuestra nación. Es en gran parte, gracias a su trabajo que el campo mexicano vive hoy una de sus mejores épocas. Mientras los demás sectores de la economía se están desacelerando o hasta en números negativos, nuestro sector crece con un ritmo decidido”, continuó expresándoles a los asistentes.
Si de algo estoy convencida es de que la Subsecretaria Mely Romero, además de haber vivido todo lo relacionado con el campo, pues de ahí viene, es su raíz, su origen, está plenamente convencida de que sí existen verdaderas áreas de oportunidad y crecimiento en el país, y éstas sólo se lograrán con un trabajo de equipo: entre servidores públicos y hasta el más pequeño de los productores del campo, al citar que “el concepto de Justicia Social que motivó a la Revolución y al reparto agrario del siglo pasado, debe ser aún la razón para que hagamos equipo, dependencias federales, niveles de gobierno, sector privado y social, para llevar proyectos productivos, certeza jurídica sobre la propiedad de la tierra, capacitaciones e infraestructura a las regiones rurales”.
Vengo del campo, ahí nací, crecí y también soy una fiel creyente de lo que menciona la Subsecretaria Mely Romero, pues, además, orgullosamente confieso que formo parte de su grandioso equipo de trabajo, y sé bien lo que quiere decir cuando habla de que “tenemos una tierra bondadosa y fértil, gente con pasión y compromiso con lo que hace y una oportunidad sin igual para construir un país próspero para todos, más justo y con más oportunidades. Los factores clave para conseguirlo serán nuestro trabajo en equipo, nuestra honestidad y nuestro apego a los principios de justicia”. Y si me permiten, también soy testigo fiel de que la gente, en verdad la escucha, la mira atenta, le sonríe y, sobre todo, también le cree todo lo que les dice de corazón, especialmente cuando les agradece por darle el privilegio y la posibilidad de servirles a los demás…
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