Francisco Berlín Valenzuela* / El 17 de enero de 1961, en su discurso de despedida como presidente de los EUA, Dwight D. Eisenhower abordó temas nunca antes tratados por un mandatario de ese país. En esa memorable alocución el general denunció la existencia del complejo militar-industrial en el que había devenido el aparato productor de esa gran nación. Alertaba a su pueblo sobre el creciente poder de la industria armamentista en la época de paz de la posguerra.
Ahora que se ha iniciado “La Era Trump”, por la actualidad de su contenido, conviene no perder de vista algunos de los conceptos entonces expresados. Una de las ideas más interesantes fue resaltar que: “el liderazgo y prestigio de los EUA no dependen meramente de nuestro progreso material sin precedentes, de nuestras riquezas y poderío militar, sino de cómo hagamos uso de nuestro poderío en aras de la paz mundial y el mejoramiento humano”, apuntaba que como gobierno libre: “nuestros propósitos básicos fueron mantener la paz, fomentar el progreso del desarrollo humano y acrecentar la libertad, la dignidad y la integridad entre los pueblos y entre las naciones. Perseguir menos no sería digno de un pueblo libre y religioso. Cualquier fracaso atribuible a la arrogancia o a nuestra falta de comprensión o de voluntad de sacrificio nos infligiría un daño grave, tanto localmente como en el extranjero”.
Con gran visión y humanismo, no obstante ser un héroe de guerra y un hombre que había experimentado –como pocos-, los horrores del conflicto y los excesos de la confrontación y, pese a su formación y mentalidad castrense, obtenida en un país que durante la primera mitad del siglo XX, había experimentado y/o presenciado, la participación en cuatro guerras: dos mundiales; la de Francia-Indochina; y la de Corea, pensaba: “debemos estar alerta frente al peligro igual y opuesto de que la política pública pueda caer cautiva de una élite científico-tecnológica. Es la labor de los estadistas de moldear, de equilibrar e integrar a estas y otras fuerzas, nuevas y viejas, dentro de los principios de nuestro sistema democrático, siempre encaminados hacia los objetivos supremos de nuestra sociedad libre”…“debemos evitar la tentación de vivir sólo para el presente”.
Las palabras del político-estadista resuenan en la memoria de quienes admiran su madurez, prudencia, sensatez y espíritu democrático. Eisenhower personifica uno de los momentos excelsos de la vida pública norteamericana pues destaca por su talento y capacidad para entender la misión y los desafíos que debía de afrontar su pueblo. Resulta singular su capacidad autocrítica para ver más allá de los intereses que él mismo representaba y poner por delante los valores de libertad y progreso para lograr “la paz permanente y el mejoramiento humano”.
El último mensaje a sus compatriotas, después de ocho años de ejercicio del poder contrasta muchísimo con el discurso que permanentemente ha venido utilizando Donald Trump, inspirado en una actitud agresiva y beligerante que lejos de convocar a un liderazgo de vanguardia y de cohesión interna y externa, se coloca en una perspectiva chauvinista, chata, egoísta e indiferente de los demás países que han sido, tradicionalmente sus amigos, socios y aliados.
El desconcierto y la desesperanza que genera el nuevo mandatario ha logrado que a un día de su toma de protesta salgan a la calle dos millones de personas en todo el mundo y que, en Washington, 500 mil manifestantes, expresaran su inconformidad por sus planteamientos políticos y sociales.
“La Marcha de las Mujeres” es ya la descubierta de una nueva forma de hacer política en aquel país, pues las movilizaciones masivas no son propias de esa nación. Es seguro que de continuar las protestas -como previsiblemente sucederán-, su irrupción generará fenómenos desconocidos y de alcances no imaginables pero indudablemente transformadores en una sociedad que hasta ahora -en términos generales-, satisfacía su querer ser político a través de los medios masivos de comunicación.
Hoy, se aprecia que han salido a tomar la calle en marchas que parecen más bien, expresiones de inconformidades latinoamericanas o europeas. Es decir, Trump está propiciando formas de agregación y de resistencia política que anteriormente solo se vieron durante la lucha por los derechos civiles o la oposición a la guerra de Vietnam, pero no para manifestar rechazo y desaprobación masiva ante un presidente recientemente electo.
El movimiento de oposición a Trump bien puede terminar en el cuestionamiento de las bases mismas de la democracia norteamericana porque para nadie -con sentido común- es explicable que alguien gane una elección con tres millones de votos ciudadanos menos. Es obvio, que algo anda mal en esa forma de su sistema electoral. Si el enojo continúa, la desaprobación y el cuestionamiento aumentarán y podrían trascender a muchos otros aspectos de la vida política y social norteamericana. Al final de cuentas lo que estará en juego será la esencia misma de esa sociedad poseedora de los valores claramente vistos y preservados por líderes de la talla de Dwight D. Eisenhower. Por eso, quise traer a colación el histórico discurso en el que el viejo soldado plantea lo que en su concepto constituían los fines y motivos del actuar político del poderoso país del norte.
*Analista político. Autor de libros sobre Derecho Electoral y Parlamentario. Profesor-Investigador Emérito de “El Colegio de Veracruz”.
Con la colaboración de Lorenzo Antonio Hernández G.
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