El riesgo de las redes sociales

El riesgo en las redes sociales FOTO: WEB
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Arturo Reyes Isidoro / El viernes 6 de enero murió el escritor Ricardo Piglia, un clásico contemporáneo de la literatura en español, según lo definió el diario El País, la máquina de leer que nos enseñó a leer literatura, de acuerdo a El Mundo, el lector que alumbraba la complejidad del mundo, dijo ABC, los tres periódicos españoles.

Argentino, tenía 76 años de edad. En sus inicios, leía de manera desordenada. En 2010, en una entrevista que le concedió a Leila Guerrero para el suplemento literario Babelia, considerado el más importante y leído en idioma español, le dijo que fue el interés por una chica cuando descubrió verdaderamente su amor por los libros.

El sábado 7, en la sección “Cultura” de El País, en una nota necrológica, Winston Manrique Sabogal recordó aquella confesión-anécdota:

Yo ya leía, pero sin método. Había tenido una noviecita en Adrogué (su ciudad natal). El padre era de familia de anarquistas, leían mucho. Íbamos caminando, había un muro alto, y ella me dijo: ‘¿Estás leyendo algo?’. Y yo habí visto, en una librería, La Peste, de Camus. Y le dije: ‘Sí, La Peste’. Y me dijo: ‘Préstamelo’. Me da vergüenza contar esto, pero compré el libro, lo leí esa noche, lo arrugué un poco para que pareciera usado, y se lo llevé al día siguiente. Y ahí empecé a leer”.

“El veneno en la red”

Ese sábado también, Liébano Saenz, en su artículo semanal en el diario Milenio, a propósito de las manifestaciones públicas y de los actos vandálicos por el gasolinazo, publicó un texto como para reflexionarlo, sobre todo entre quienes nos dedicamos al ejercicio periodístico y quienes están en áreas de comunicación oficial, pero también entre toda la sociedad en general.

Analista político y presidente de Gabinete de Comunicación Estratégica (GCE) dijo que los hechos ocurridos, aunque aislados, cobraron relieve en las redes sociales mucho más allá de lo que acontece. “La realidad virtual del mundo digital desplaza a los hechos y crea un ambiente de psicosis que altera la tranquilidad y que, por el miedo que propicia, ha alterado la normalidad de personas y negocios”.

Para él, aparte de la crisis seria y profunda de las instituciones públicas y sociales, “el problema refleja también la pérdida de fuerza y confianza de los medios de información otrora dominantes, la prensa, la radio y la tv”.

Apunta una verdad que no deja lugar a dudas: la credibilidad que las personas le dan a las imágenes e información que circula en los móviles es abrumadora a pesar de que en la mayor de las veces es exagerada, son hechos aislados y en algunos casos francamente falsos.

Liévano habla de un cambio en la sociedad con la tecnología, ahora, al acceso de todos, que le otorga una perspectiva diferente a las cosas, a los problemas y renueva las formas de exigir a las autoridades. Argumenta que hay una realidad disruptiva que se recrea en las redes sociales y que ante acontecimientos de sensibilidad como el incremento de precios y el malestar que le acompaña, genera flujos de información y comunicación que, por una parte, dan un curso emocional al enojo y, por otra, reproducen e interpretan de manera desproporcionada las manifestaciones de rechazo y los actos vandálicos asociados.

En este contexto, agrega, el mensaje político institucional tiene poca eficacia. “Menos cuando se remite a la razón y no se acompaña de acciones claras y concretas que hagan sentido al gobernado”. Da su diagnóstico: El desencuentro entre las autoridades y la sociedad ocurre porque las razones no sirven para responder a un estado emocional.

Plantea entonces que la circunstancia obliga a una estrategia de comunicación e información diferente, porque se está ante una sociedad distinta, que procesa los datos y tiene una interacción social diferentes.

Con razón, a mi juicio, advierte que la situación debe preocupar a todos. Recordó que en fechas pasadas el directivo de un influyente medio de comunicación advirtió sobre los riesgos y peligros de la información digital por apartarse del rigor propio del periodismo y que los hechos recientes lo muestran, aunque no lo prueban.

Ofrece una posible solución al problema: se requiere madurez y fortaleza de la sociedad frente a la información digital. Considera que es muy importante que los acontecimientos sirvan de didáctica social para mejorar la manera como procesamos y digerimos la comunicación en estos tiempos.

Se trata de no asumir una actitud pasiva que dé validez a todo lo que allí circula, corroborar con la información periodística profesional digital o convencional, tener criterio propio sobre la realidad y los hechos. Esta es la única manera para impedir que la realidad virtual se sobreponga a lo que acontece y lograr que sus efectos disruptivos sean potenciados de manera positiva”.

Un día después, en su edición del domingo 8, el semanario Proceso, en un reportaje, ese sí bien hecho, un trabajo profesional de investigación realizado por Jenaro Villamil, dijo en el encabezado queEl veneno se distribuyó en la red”.

Resumió así el amplio texto: “Está confirmado: una campaña de amplios alcances, bien organizada y persistente, inundó las redes sociales con rumores, mentiras, terror y desinformación. Parece que, en buena parte, cumplió con su objetivo: relegar el legítimo descontento por el gasolinazo y, en cambio, colocar el miedo por los saqueos como el tema imperante en la agenda. En todo caso, las consecuencias colaterales de esa ‘victoria’ están resultando catastróficas: elevó la ira y el descontento contra el gobierno, que vive sus horas más bajas”.

Estamos, pues, ante un nuevo riesgo: el de la desinformación a través de las redes sociales, por lo que tenemos que convenir con Liévano Sáenz en la necesidad de estar alertas y no dar validez y, por lo tanto, no creer a todo lo que en ellas se diga.

En mi quehacer profesional me preocupa el problema sobre todo porque con frecuencia veo cómo muchos reporteros y muchos medios, sin ningún rigor de verificación periodística y sin ningún criterio de valoración propia de cualquier redacción, dan por hecho y replican y publican todo lo que se dice en las redes, contribuyendo más a la desinformación y hasta a crispar el ambiente social, cuando el horno no está para bollos.

Sobre el tema también se ha ocupado el escritor Héctor Aguilar Camín, en tres sucesivos artículos que publicó en el diario Milenio, de los cuales me ocuparé en otra columna, porque me parece interesante lo que dice.

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