Rafael Pérez Cárdenas / El rubicundo y vacilador presidente electo de los Estados Unidos ha vuelto a la carga. Con la conferencia de prensa ofrecida ayer, no sólo disparó el precio del dólar sino que prendió, una vez más, todas las alarmas de empresarios, comerciantes, industriales, migrantes, artistas, políticos, y de todo aquél que haya oído hablar alguna vez de Estados Unidos.
Dijo, como desde su campaña, que el muro es una idea de él pero que será una cortesía de los mexicanos. Y de inmediato salieron a desmentirlo el presidente Peña –aunque no dijo cómo habrá de evitarlo-, senadores, diputados, y todos aquéllos que ven con preocupación el impacto que tendrá en la política doméstica.
Según Trump, el costo de su capricho sería de unos 8 mil millones de dólares. Impuestos y reembolsos sería el origen de los recursos, dijo ayer. Su plan es bloquear las remesas que recibe nuestro país de nuestros connacionales que trabajan en Estados Unidos, lo que sería incluso ilegal. Pero con impuestos especiales de tránsito, el aumento en el costo de servicios y la aplicación de aranceles al comercio podría encontrar una buena manera de cobrárnoslo.
En septiembre pasado, en este mismo espacio, aún antes de la elección presidencial en Estados Unidos, comenté:
“La cooperación voluntaria de la hermandad tenochca es muy sencilla: a partir de su llegada, Trump impondrá un nuevo modelo tributario a los mexicanos de aquí y de allá. De esta forma, se podría triplicar el costo de los pasaportes, establecer un impuesto especial a los mexicanos que viajan por vía aérea y para aquéllos que a diario cruzan la frontera para realizar arreglos comerciales o ir a su lugar de trabajo.”
“En su anaranjada cabeza debe rondar ya la idea de imponer impuestos especiales a los miles de millones de dólares que cruzan la frontera en calidad de remesas, y seguramente los mexicanos no tendríamos el beneficio de la devolución de impuestos cuando se realicen viajes por turismo o negocios.” Eso sin contar los aranceles que se impondrán a las exportaciones y a todos los productos que huelan a nuestro país.
Y pregunté aún sabiendo la respuesta: “Así las cosas, ante el absurdo, costoso e inútil proyecto, ¿los mexicanos dejaríamos de viajar a Estados Unidos? ¿Dejaríamos de hacer negocios con ellos o ya no iríamos a estudiar a sus universidades? ¿No volveríamos a cruzar la frontera a diario para ir a trabajar? ¿Nuestros parientes dejarían de enviar dinero a sus familias en México? ¿Cuántos mexicanos que hoy lo hacen, no volverían a ir a New York, Orlando, Las Vegas o San Francisco de vacaciones? ¿Ya no iremos de compras a los outlets de la frontera?”
Pero resulta que no sólo se trata del muro, el dólar o la economía. Tendrá un efecto político de proporciones inimaginables. En este momento, y en el 2018, no habrá mejor aliado de López Obrador que Donald Trump.
En estas circunstancias, el Peje no necesita ser estadista para convertirse en el imán de taquilla electoral que se requiere en la elección presidencial; cuando los efectos de un gobierno descocado y sin brújula en Estados Unidos se resientan en lo económico y en lo social en todo nuestro país, se habrá alimentado una propuesta que por populista, será irresistible.
Bastará salir a la calle y decir que México no es el traspatio de Estados Unidos, que no es su lacayo; que el país debe alejarse de un gobierno tóxico como el norteamericano y defender su soberanía. Hablaremos en contra del “imperio”.
Si la historia se encapricha, lo podríamos tener de Presidente. Y entonces, se utilizarán subsidios para bajar el precio del dólar a 16 pesos, por ejemplo; se reducirá considerablemente el precio de la gasolina y habrá un sensible aumento a los salarios mínimos.
Es decir, se impulsará todo aquello que hace daño a la macroeconomía y a los gobiernos, pero que mucho aporta a los candidatos y al populismo. Los efectos económicos no se sufrirán en un sexenio, donde veremos un gobierno poderoso, socialmente muy aceptado y con una gran legitimidad. Lo que suceda después, ya será problema de quien llegue.
Así, López Obrador podría pasar a la historia como el Presidente más popular y reconocido de la historia del país, aunque los números digan tardíamente que fue un desastre. La tormenta perfecta está en marcha.
La del estribo…
La PGR sigue encontrando bienes y propiedades del ex gobernador a Duarte pero no a él. La Fiscalía del Estado ya no tiene espacio para tantas denuncias en contra de la Sefiplan pero hasta ahora nadie ha tocado siquiera la barandilla del MP. Si Yunes no entamba a Duarte como prometió –aunque ahora culpe a la PGR-, y la malaria de la fidelidad se apaña los partidos aliados, Morena no necesita gastar un peso en un triunfo electoral histórico en junio próximo. Que luego nadie se diga sorprendido.
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