Arturo Reyes Isidoro / Escribo ya a buena hora de la noche de anoche esta columna y a vuelapluma. De Otatitlán prácticamente me pasé a Puebla y regresé de prisa a Xalapa.
Esta es la última columna de este año y no quiero dejar de agradecer la atención de los lectores que comparten conmigo este espacio.
También quiero agradecer a quienes me publican en todo el Estado, tanto en medios impresos como digitales, así como a quienes me abren micrófonos en la radio.
De visita a la cuenca del Papaloapan, viendo el verde de los extensos cañales así como de los platanares y de los árboles de mango manila que le dan fama sobre todo a Chacaltianguis, reconfirmo el potencial agrícola de Veracruz, que en mala hora ha tenido a los peores gobernadores en los últimos doce años.
Crucé la panga por Saladero para entrar a Tlacojalpan y de regreso la de Otatitlán para salir hacia la carretera Cosamaloapan-Tuxtepec, Oaxaca. De Tlacojalpan a Otatitlán la carretera tiene tramos llenos de baches-cráteres y le paso nota al Secretario de Infraestructura y Obras Públicas, Julen Rementería, para ver si la contempla dentro de un programa de rescate para 2017. Es una vía que une a varios pueblos cuenqueños y por la que transitan camiones y tractores-plataformas llenos de caña que la llevan hacia el ingenio.
Con la excepción de otro viaje que hice a Coatzacoalcos, a estas visitas se han concretado mis vacaciones de este año. En la cuenca, aunque me ha tocado un día nublado y por momentos con lluvia que luego da paso al bochorno, disfruto de nuevo la hospitalidad de los habitantes, veracruzanos amistosos y alegres.
El Santuario donde se venera al Cristo Negro está más silencioso de lo normal porque por ahora no hay muchos visitantes, así como tampoco en las calles del pintoresco pueblo, donde la mayor concurrencia la encuentro en el restaurante La Chinampa, que para mi sorpresa ya fue ampliado y donde se disfrutan mojarras que prácticamente acaban de sacar del río. Es un sitio obligado a visitar, además porque ya tiene dos, tres años que cerró el que fue muy famoso restaurante de doña Mello, el mismo en el que me tocó comer de joven reportero con los entonces candidatos a gobernador Rafael Hernández Ochoa, Agustín Acosta Lagunes y Fernando Gutiérrez Barrios. “Cuando se murió la señora, ya no fue lo mismo con los hijos ni con los nietos, hasta que cerraron”, me dicen los vecinos.
También encontré que la panga ya no se aborda al pie de este que fue un restaurante, sino ahora metros más alejado.
En el otro extremo, en Puebla no dejó de sorprenderme que una vez que acabaron de construir el largo paso a desnivel que reduce el tiempo hacia la Ciudad de México, ahora hay nuevas construcciones de largos ejes viales, como uno que me sacó desde el periférico hasta muy cerca de la caseta de Amozoc.
Un familiar poblano, que conoce todos los recovecos de la gran urbe, que me sirve de guía, hace que pueda recorrer y conocer más en poco tiempo. Me quedo sorprendido del empuje de la capital poblana y me indigna comparar el trabajo constructor de Rafael Moreno Valle con las raterías de Javier Duarte de Ochoa. Claro que allá hay muchas fuentes de trabajo, como lo comprobé en el famoso Outlet donde vi muchas ofertas de empleos.
Pero, decía, esta es la última columna de 2016. Mañana será el último día del año y el próximo lunes iniciará el nuevo 2017 con día hábil, donde todos regresaremos a trabajar con normalidad, los que tengamos trabajo, claro está.
Por muchos motivos, 2016 será un año para recordar, un año que ya ha pasado a la historia porque sucedieron hechos que tal vez pasen muchos años para que vuelvan a ocurrir, o acaso por lo menos en un siglo no vuelvan a registrarse, como la caída de un gobernador y no por motivos políticos, sino por actos de corrupción.
Con Javier Duarte de Ochoa se acabaron 86 años de hegemonía del PRI y por primera vez ganó la oposición la gubernatura. Perdió el ahora expartidazo por que hartó al pueblo de Veracruz con sus vicios, sus malas prácticas, su abuso del poder. La corrupción en que cayó Duarte “y su banda” fue el tiro de gracia.
Quién sabe cuántos años más pasarán para que los priistas recuperen el poder. No se ve claro por ahora. Ese partido necesita, le urge reinventarse para volver a ser competitivo, pero parece que nadie se da cuenta de ello e insisten en mantener en la cúpula a los mismos hombres cuya mentalidad y modo de hacer política ya no corresponden a los nuevos tiempos.
También, por primera vez se vio involucrada en actos de corrupción la esposa de un gobernador, presidenta del DIF Estatal además, quien permanece prófuga de la justicia y escondida. Karime Macías Tubilla acabó con la buena imagen que dejaron sus antecesoras y manchó a una institución no política sino de asistencia social, pero además también porque ese organismo cayó en actos de corrupción.
Aparte de al gobernador Javier Duarte, por primera vez en la historia de Veracruz el Comité Ejecutivo Nacional del PRI a través de su Comisión de Justicia Partidaria expulsó de sus filas a otros veracruzanos exfuncionarios, tratando de lavar su imagen, pero es tanta la corrupción y tantos los involucrados que toda el agua del Golfo de México no alcanzará para tal propósito.
El Estado no había vivido una crisis económica tan grande y tan grave como la que afecta todos los renglones de la vida pública. No sólo no hay dinero en las arcas, sino que las deudas son cuantiosas y aparte de que no hay obra material significativa, la que estaba iniciada se abandonó y la que estaba a medio construir tampoco se rescató, los hospitales prácticamente fueron abandonados, la seguridad pública se comprometió seriamente –según afirma el nuevo gobernador– y los niveles de inseguridad se volvieron alarmantes, además de que casi en su generalidad todas las dependencias registran graves actos de corrupción lo que colapsó a la administración, pública estatal, al grado que el gobernador Miguel Ángel Yunes Linares tuvo que declarar a Veracruz en emergencia económica y crisis social, algo que nunca antes había ocurrido.
Veracruz, pues, cierra el año en un escenario inédito, donde el nuevo gobernante toma medidas que llama difíciles para enfrentar la grave situación, medidas que implican, en otras cosas, el despido de trabajadores del gobierno del Estado.
No se tiene que ser un experto en economía y menos un adivino para vaticinar que 2017 será un año muy difícil en materia económica, agravada por la indiscriminada alza de precios de las gasolinas que decretó el gobierno federal, lo que impactará en la vida económica y productiva de todo el país, y que agravará la situación de todos los veracruzanos, por lo que tenemos que prepararnos para lo peor.
2016 será un año que nunca olvidaremos los veracruzanos. A todos nos ha costado sangre, sudor y lágrimas porque pagamos las consecuencias de los malos gobernantes que tuvimos en los últimos doce años.
Con todo y las medidas que ha tomado y ha anunciado el gobernador Yunes Linares, hay la esperanza de que el sacrificio de muchos sirva para sentar las bases para recuperar Veracruz, para corregir todo lo malo que se dejó, para retomar el rumbo y para que Veracruz vuelva a ser el Estado pujante y señero que fue en un pasado no muy lejano.
Lectores, mi abrazo y mis mejores deseos de que 2017 sea un mejor año para todos. Para los desempleados y para quienes perderán su trabajo en unos días más, le pedí al Señor de Otatitlán, el Cristo Negro, que los bendiga y los ayude a salir pronto de su crítica situación.
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