Elena Córdova / Un día más, una fecha más para recordar y celebrar -si es que es válida la palabra- nuevamente el 25 de noviembre que es el Día Internacional de la Violencia contra la Mujer. Mismo que desde 1981, donde la mayoría de los países latinoamericanos conmemora cada 25 de noviembre el día contra la violencia de género. Siendo los movimientos feministas de la región, con una de las tasas más altas de violencia contra la mujer en aquellos años, las que acuñaron esta fecha en honor a las dominicanas Minerva, Patria y María Teresa Mirabal, tres hermanas asesinadas el 25 de noviembre de 1960 por orden del dictador Rafael Leónidas Trujillo, del que eran opositoras. Años más tarde, en 1999, la ONU se sumó a la jornada reivindicativa y declaró cada 25 de noviembre Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, en un merecido honor a las hermanas Mirabal.
El fin de semana, en la soledad de mi viaje, en mi feliz retorno temporal a Xalapa por cuestiones laborales, en el camino, hago un breve recuento de lo que he visto y vivido hasta hoy en mi vida familiar y profesional; hace poco inmersa en la actividad política y en el presente en el gobierno federal en un área que disfruto y aprendo, pues tiene mucho que ver con mis raíces: el campo.
De mis gratas experiencias puedo platicar el valioso tiempo que he pasado al lado de valiosas y valientes mujeres productoras del campo; pequeñas empresarias que con su tesón, fuerza y habilidad han logrado construir un patrimonio familiar y empresarial. De ellas se aprende mucho y se comparten tiempos valiosos llenos de experiencias, buenas y malas. Y han sido estas importantes y destacadas mujeres mexicanas, de muchos estados de la república, empresarias todas quienes también me han hablado de como la discriminación -con cierto grado de violencia- que han sufrido en su trayecto de vida, mientras iban construyendo su empresa, su negocio. Tal y como lo he citado otras veces, estas experiencias de vida, estas historias de éxito no están exentas de sinsabores, e increíblemente, en algunos casos, estos límites o restricciones no han sido en razón de su capacidad como personas, sino por el hecho, así como lo lee y en pleno siglo XXI, por ser mujeres.
A pesar de lo que se diga, no importante el nivel o sector social, siguen persistiendo tabúes o formas de pensar de muchos varones en cuanto a las capacidades femeninas.
Para muestra basta un botón, recientemente un alto funcionario federal no acepto adecuadamente la observación que le hiciera una legisladora federal y sin más, se comportó de una manera inadecuada en su respuesta, tal y como lo reconoció públicamente tiempo más tarde.
No es necesario entrar en debates inacabados sobre el comportamiento masculino en cuanto a la mujer en el terreno profesional. Es evidente que siguen persistiendo las conductas discriminatorias, de una forma más evidente en algunos casos, y este se da en un trato diferencial hacia las mujeres fundando en creencias, educación o formación de los varones durante su crecimiento personal, en su formación pedagógica. Cabe señalar que la mayoría de estos perjuicios e ideas preconcebidas, surgen, como dicen los expertos “en los regímenes políticos y al contexto cultural de cada país”. Curiosa e irónicamente -espero ser clara en mi idea- mientras más patanes, más varones nos agraden verbalmente y de manera pública, gracias a los medios, a las redes sociales y demás mecanismos de difusión masiva, logramos destacar, ser vistas y más respetadas cada día. En pocas palabras lo que antes era un signo de debilidad hoy se está convirtiendo en nuestra mejor fortaleza. No es una forma adecuada, lo reconozco, pero todo sea por seguir avanzando en el largo camino que falta por recorrer…hasta llegar a la ansiada y justa igualdad de género.
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