Salvador Muñoz / Estos últimos días, la mención de varios nombres sacuden nuestra cotidianidad y los llevamos a la plática de café, corrillos y pasillos y hasta asuntos de oficina.
Anselmo Estandía es el más reciente, así como el de Felipe Sosa y el de Graciela Tejeda, que al final, sólo son parte de una serie de otros apelativos, como el de Salvador Manzur, Gabriel Deantes, Edgar Spinoso, entre otros más, que van acompañando al más importante: Javier Duarte de Ochoa.
Nos empapamos de todos esos nombres de una forma u otra… los enjuiciamos, despotricamos, nos mofamos de ellos, quizás motivados por ese resentimiento social que también, de una forma u otra, los poseedores de esos nombres, otorgaron al ciudadano cuando se exhibió su latrocinio.
Hoy, Javier Duarte de Ochoa y demás nombres que saltan con su mención, son el mejor ejemplo de lo que defendía El Cratilo: “El que conoce el nombre, conoce las cosas”.
Es decir, al citar a Javier Duarte de Ochoa o a cualquiera de su palomilla, se ha de concentrar en ella la palabra “Corrupción”.
II
Habituamos a nuestra vida nombres que nos convidan de reacciones de acuerdo a la circunstancia que nos haya tocado vivir en el momento de su cita; es decir, el pensionado tendrá una respuesta quizás de encono, resentimiento y en algunos casos, hasta odio, contrario a la que pueda tener Vicente Benítez, Rodrigo García Escalante o Alberto Silva, que al pronunciar “Javier Duarte”, haya en ella agradecimiento y respeto.
Pero también hay nombres que su enunciación puede que no nos digan nada, como por ejemplo “Lisandro”.
Para quien gusta de la historia, quizás lleve a “Lisandro” a un estatus de General espartano; al que ame la etimología, sólo concluya en el “Liberador de Hombres”, aunque para mí, hasta el sábado, era un niño triste, de nueve años, refugiado en los brazos de una mujer que lo consolaba, pues había perdido a sus padres y hermano, tras el paso de la tormenta “Earl”.
Hoy, Lisandro tiene otro significado para mí…
III
Anilú Ingram Vallines, la delegada de Sedesol federal, estuvo en Tamazolapa, comunidad de Coscomatepec, para encontrarse con Lisandro, quien al verla, la reconoció como esa mujer que lo acurrucó en su regazo. Se acercó a ella y le dijo que tiene un plan inmediato: Quiere ir a Oaxaca este dos de diciembre a ver a la Virgen de Juquila en compañía de su abuela Clementina, quien es su tutora. Para ello, están ahorrando… “ya llevamos la mitad”, pero ese mismo sábado, cual si fuera madrina, Anilú completó lo del viaje… Lisandro agradeció el gesto con unas palabras: “Pediré por ti, para que Dios te siga iluminando y dándote fuerza para que puedas ayudar más”.
La escala en Tamazolapa por parte de Anilú sólo tenía un propósito: “Fui a verlo para checar si ha recibido bien y puntual el apoyo del programa Seguro de Vida para Jefas de Familia y mira lo bien que lo encontré”, platica mientras muestra unas fotos. “Ya tiene otro rostro, otra mirada, fortalecido, con ganas de estudiar”. A diferencia de aquel niño de hace tres meses, Lisandro no sólo se ve más rellenito, “ha subido unos kilitos”, pero hoy tiene esperanza y un gran camino por delante…
Lisandro cuenta a Anilú que aún no sabe qué quiere ser cuando sea grande, pero tiene claro el compromiso para con Agustín, Virginia y Sebastián, sus padres y hermano, “para que se sientan orgullosos”, donde quiera que estén.
IV
Quizás en esta cotidianidad jarocha, siga pesando más en nuestro café, en los pasillos y corrillos el nombre de Javier y todo lo que su nombre implica… pero ojalá que ahora, cuando se cite el nombre de Lisandro, más allá de la mera leyenda espartana o la definición de la etimología, tengamos también presente la historia de un niño que bien puede variar la charla y aligerar ese malestar social que a veces alimenta nuestro estómago, con justa razón, de encono, resentimiento, fastidio.
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