Según la versión oficial, el desdén de Enrique Peña Nieto a Javier Duarte no fue tal, más bien el presidente de la República no reconoció al gobernador de Veracruz. Y es que hay que entenderlo, el amigo Javier Duarte es un tipo rechoncho, saludable y feliz.
Pero el que se le presentó en la salutación de Los Pinos en el marco del Programa Integral de Atención a la Niñez, después de estar saludando con afecto al gobernador de Zacatecas, era un sujeto desmirriado, con brackets de adolescente rico, con un rostro enjuto, enfermizo, que ensayaba una sonrisa que sólo alcanzó a ser mueca.
Es por ello que el presidente no se le fue a los abrazos al amigo, quien hubiera respondido con una sonora carcajada que se hubiera escuchado burlona hasta los pueblos más recónditos del estado de Veracruz.
Duarte no pudo soportar ese desdén por ello no logró componer su rostro que transitó de la sorpresa a la decepción, de la decepción a la amargura, de la amargura a la resignación. Peña Nieto lo trató como si de un colado cualquiera se tratara. Le mandó con el brazo una señal que lo alejó, que no le permitió acercarse más; una señal de «ahí te ves wey».
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