Por supuesto, muy acostumbrados a las excusas, los jugadores y directivos dirán que hubo jugadores clave que se lesionaron; dirán que les afectó la altura, el sol, o la samba. El caso es no hacerse responsable, como siempre, de las derrotas. México, ya lo dijimos antes, tiene un gran problema de actitud.
Al no reconocer los errores es difícil que se logren superar. Juegan como si fueran divos, sabedores que los están mirando miles de aficionados a los que hay que mostrarles la mejor cara. Pero cuando se dan cuenta, los adversarios ya los tienen doblegados. ¿Quién les enseña a jugar así? La televisión, que transforma a los deportistas en viles faranduleros.