Cecilia Muñoz / Cuando desperté aquella mañana después de un sueño intranquilo, me encontré sobre mi cama con un cambio alarmante en mi físico: ¡mi oreja derecha superaba por varios centímetros de altura a la izquierda! Como era de esperarse, inmediatamente me dispuse a revisar mi agrandado apéndice, pero nada hallaron mis pesquisas. No había huella de picadura alguna ni recordaba haber comido alimento que pudiera haberme causado alergia. Parecía que simplemente había amanecido con la oreja larga.
Resignada, me dispuse a salir a la calle, disfrazando mi defecto con un peinado ad hoc.
Fue así que llegué a un lugar de cuyo nombre no quiero acordarme y sin poderlo evitar, escuché una conversación que me resultó de todo, menos agradable, aunque dio lugar a varias risas por parte de su protagonista: un joven que en el transcurso de su plática reveló tener 28 años y estar hablando con su prima. Él le decía a su también risueña pariente que tenía una nueva novia y que quería presentarlas, pero había un detalle que debía advertirle: su enamorada tenía 14 años, dato que causó una carcajada de la prima.
¡Pero la diferencia de edad no era un problema! Como la adolescente tenía una hermana mayor, de 16 años, madre soltera, a su madre ya no parecía interesarle con quién salía su hija menor. Aunque, por las dudas, este joven romántico se aseguraba de pasarle sus 100 pesitos semanales a la señora. Lamentablemente, no todo era color de rosa: la muchacha -se quejaba el hombre- solía salir con muchas “chiquilladas” que él aguantaba sólo ante la perspectiva de la próxima recompensa sexual.
Llegados a este punto me di cuenta de que había ocurrido un milagro: ¡mi oreja había vuelto a su tamaño normal! Mi extraña deformación había acabado para darle paso a una nueva dolencia: el asco.
II
Este jueves, algunos de nuestros diputados -ya sabrá usted quiénes- amanecieron no con la oreja, sino con la lengua larga y la mente, terriblemente corta. Nuestro Congreso protagonizó una sesión a la que le faltó profesionalidad por parte de varios de sus integrantes, quienes no dudaron en llamar “asesinas” y “sicarias” a las mujeres que abortan, así como insistir en la necesidad de impartir educación sexual, sin especificar los detalles y objetivos de ésta. Sin argumentos convincentes que se salieran del contexto de una moral no compartida por miles de veracruzanas y veracruzanos, y haciendo gala de lo que no se sabe si fue perversidad, indiferencia o la más deplorable escasez de intelecto, se aprobó la reforma al artículo cuarto que pretende “proteger la vida desde la concepción”.
Poco después, Tavata Calderón Heredia, subsecretaria de Mujeres Jóvenes del Comité estatal del PRI, soltaba perlas como: hay que tener “tantita puta madre para evitar quedar embarazada si no lo deseas”; además, condenó a las mujeres que abortan “habiendo tantas parejas que desean adoptar” y de paso recomendó emprender campañas de esterilización humana, al más puro estilo de un estado totalitario… Por cierto, ¿sabrá Tavata las trabas que los médicos ponen cuando una mujer solicita dicha operación?
III
Lo que le contaba a inicios de este texto ocurrió hace ya varios meses, pero desde entonces no dejo de darle vueltas y de cuestionarme por su causa. Me pregunto si cuando Hugo Fernández Bernal proclamó con tanto orgullo “no tengo útero, pero provengo de uno”, pensaba, además del útero de su madre, en los de las más jóvenes y desprotegidas. Me pregunto si cuando los diputados hablaban de educación sexual, pensaban no sólo en la educación práctica, sino también en la educación afectiva y asertiva que vela y guía, o en los hombres que, doblándoles la edad, embarazan a adolescentes casi niñas. Me pregunto en qué mundo maravilloso vive Tavata Calderón para asumir que siempre toda mujer podrá tomar precauciones para evitar un embarazo y si de verdad cree que todas las abnegadas, sufridas y míticas parejas que desean adoptar no pueden porque faltan niños sin familia.
Pero más pregunto por qué hay tanto interés en cuidar la vida desde la concepción, sin proteger antes a quien la permite.
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