Esta semana se vio convulsionada por ataques terroristas en todo el mundo; quizá el atentado en Múnich acaparó las portadas de los medios internacionales, pero no hay que olvidar el Medio Oriente, que desde ya muchos años enfrente una guerra de la que los inocentes son los mayores perjudicados.
Inició el pasado viernes, cuando un joven germano-iraní de 18 años asesinó a nueve personas y dejó heridas a 35 en un centro comercial en la ciudad de Múnich. Ahora se sabe que el joven asesino sufría trastornos psicológicos graves, de hecho, estuvo dos meses internado en la clínica Harlaching y había planeado con anticipación este terrible ataque. Al final, el chico identificado como Ali David Sonboly, decidió quitarse la vida.
Ayer sábado, en la capital de Afganistán, Kabul, dos soldados yihadistas perteneciente al grupo terrorista Estado Islámico, detonaron sus cinturones explosivos durante una manifestación en la plaza Deh Mazang matando hasta el momento a 80 musulmanes chiitas de la minoría étnica hazara muertos y más de un centenar de heridos.
Hace unos días, en este mismo espacio anotábamos que el mundo ya no volvería a ser el mismo, que el panorama ha cambiado a causa de los atentados que han alcanzado el corazón de Europa. El lunes, a inicio de esta convulsionada semana, la policía brasileña había detenido a varios sospechosos que planeaban ataques a las sedes olímpicas, algo que no deja tranquilos a nadie a días de iniciar la justa deportiva más importante del año.
Sin duda alguna, el mundo ya no es el mismo, los gobiernos deben activar lo más pronto el estado de alerta, el enemigo está en casa y preparado para atacar y hacer mucho daño. Las experiencias de Bélgica, Francia, Alemania y Medio Oriente no pueden pasar desapercibidos.
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