Reza el dicho: «De arrepentidos y tragones, están llenos los panteones». Bien le podríamos enjaretar estas palabras al presidente de la República, Enrique Peña Nieto, quien en el acto oficial para presentar las siete nuevas leyes en materia de anticorrupción y la creación de su respectivo sistema dijo: «Reconozco que cometí un error, con toda humildad pido perdón por la indignación que les causé».
Pero un momento, Peña Nieto no se arrepiente por ser corrupto, sólo se arrepiente por la indignación que causó. Sin embargo, reconoce que cometió un error, ¿cuál es ese error? Nosotros sí sabemos cuál es ese error, y sabemos de qué se debería arrepentir. En primer lugar, por recibir como regalo una casa de una constructora a la que él ha beneficiado con muchos contratos millonarios; Peña Nieto debería arrepentirse por negar lo evidente; debería arrepentirse por poner a un empleado suyo a que lo exonerara; pero sobre todo debería arrepentirse por conseguir con sus influencias que la familia Vargas, dueña de MVS Noticias retirara del aire el programa de Carmen Aristegui, quien fuera la que descubriera el ilícito de la Casa Blanca.
El daño que causó para su imagen este caso ha resultado de proporciones monumentales, pero ha sido más el daño que causó a la libertad de expresión en este país. De eso debería arrepentirse el presidente, y no de la indignación que nos causó.
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