Armando Ortiz / La tradición cultural de la capital veracruzana se fue forjando en el transcurso de muchos años. Algunos artistas independientes, junto con la Universidad Veracruzana hicieron que en el exterior Xalapa fuera conocida con el rimbombante y al mismo tiempo pedante nombre de la “Atenas Veracruzana”. Todavía en los años setenta del siglo pasado en los diferentes estados de la República era conocida la gran tradición cultural de Veracruz. A mí me tocó reseñar en los 90’ los conciertos de la Orquesta Sinfónica de Xalapa para el periódico La Jornada, me tocaron los festivales de teatro universitario y las visitas de los grandes escritores de esa época: Julio Cortázar, García Márquez, Álvaro Mutis, Vicente Leñero.
Hoy esos días de gloria han pasado, como las golondrinas de Becquer se teme que esos tiempos “no volverán”.
Durante el gobierno de Fernando Gutiérrez Barrios, en 1987, se creó el Instituto Veracruzano de Cultura que se hizo cargo de casi todas las actividades culturales de la Secretaría de Educación; y decimos casi porque en la entonces Secretaría de Educación y Cultura quedó sólo un departamento de Actividades Culturales que coordinaba los grupos musicales que dependían de las SEC, algunos grupos teatrales y ciertas actividades editoriales.
Con el IVEC se inicia un intento por recuperar esa tradición cultural que tanto prestigio dio a Veracruz. Pero sólo dos o tres directores de este Instituto han realizado una labor que se pueda considerar trascendente. Por el IVEC han pasado desde académicos, políticos, promotores culturales, políticas improvisadas y hasta borrachos de marca. Ninguno, por su estulticia, ambición, negligencia o desidia pudo crear una política cultural que echara raíces; una política cultural que fuera la base para que las siguientes administraciones continuaran con la labor de un estado pleno de riqueza cultural.
El IVEC terminó convirtiéndose en una simple oficina burocrática, donde algunos políticos colocaban a sus amigos menores, aquellos que no alcanzaban el beneficio de una buena subdirección, en alguna dependencia con buen presupuesto. Pero el IVEC también fue la caja chica de algunos gobernantes, secretarios de Educación y hasta de secretarios de Turismo.
La cultura, la verdadera cultura, esa que tiene como propósito mostrar el verdadero rostro del pueblo veracruzano dejó de importar. Los directores y subdirectores se conformaron con esperar su quincena y realizar negocios mínimos y deleznables que permiten ver la baja ralea en la que se criaron. Sus negocios consistían en rellenar los garrafones de agua a 10 pesos la rellenada y pasarlos como de 25 pesos; quedarse con los vinos caros del banquete de alguna inauguración y poner vinos baratos; traficar con vales de gasolina, con viáticos; poner en nómina a los trabajadores del despacho privado del administrador; pedir para los talleres de manualidades lápices para colorear y quedarse con los que sobraran; darse viajes de placer a algunos antros de la Ciudad de México y hacerlos pasar como de gestión cultural; inventar eventos de quinta y hacerlos pasar como de primera o hasta hacer convenios absurdos para que el personal pueda aprender inglés en alguna escuela particular de los amigos.
Ese tipo de bajezas se fueron manejando en un Instituto que fue olvidado por los gobernantes en turno. Tal era el desconocimiento de quienes llevaban a cabo la labor cultural en el estado de Veracruz que cuando le dimos a un funcionario de primer nivel el nombre del director del IVEC a quien acusamos de maltrato a una de las poetas más premiadas de Veracruz, el funcionario nos preguntó: «¿y quién es ese pendejo?».
Fue Miguel Alemán quien le dio una estocada mortal al IVEC, primero con su “Banco de ideas” que manejaba más recursos que el IVEC y que era para que el hijo del gobernador pudiera hacer negocios al estilo Televisa. De ahí surgió la Cumbre Tajín por ejemplo, que a pesar de haber tenido repercusión internacional, resultó verdaderamente onerosa. Un ejemplo de lo que decimos es que un hotel de Papantla tenía reservadas las mejores habitaciones durante medio año, con cargo al erario, ya sea que se ocuparan o no, todo para que los organizadores tuvieran siempre una cama donde recostarse de su arduo trabajo.
Durante la “Docena trágica” que comprendió el gobierno de Fidel Herrera y de Javier Duarte la cultura fue menos que un objeto decorativo. A idea de Javier Duarte (ya en ese entonces germinaban las locuras en su sesera) la cultura pasó a ser parte de la Secretaría de Turismo; alguna ocurrencia que le metieron en la cabeza sobre un modelo que ya se manejaba en España. Lo que siguió fue un verdadero desastre. El IVEC fue desplazado y se convirtió en una mera oficina burocrática que pagaba sueldos a sus empleados, que hacía presentaciones o inauguraba exposiciones; que siempre careció de un proyecto cultural. El IVEC se ha convertido en un simple sello que engloba la cultura, un justificante para traer los “Hay festival”. El IVEC se convirtió en la fámula de los funcionarios de Turismo.
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