Sergio González Levet / Las tiendas departamentales, los supermercados, las empresas que ofrecen servicios al público, los bancos, las boutiques, las joyerías, los cines, los restaurantes, los bares, los antros… ahí tiene usted una lista no exhaustiva de negocios que en México se dedican a esquilmar al cliente como una de sus principales políticas, para medrar con los escasos dineros de un pueblo atormentado por los bajos sueldos, los altos impuestos y la consecuente falta de liquidez.
Podríamos decir que prácticamente atrás de cada oferta hay una trampa, a pesar de lo que puedan decir y quieran hacer la Profeco y -en Veracruz- su simpática delegada, Elízabeth Morales.
Todo es un engaño y lo único que difiere es el grado de la trampa.
Hay algunas que son hasta tiernas, como esa aritmética de que ofrecen descuentos de 50% más un 20% adicional. Con eso quieren hacer creer al cliente que el descuento es de 70%, pero no: pongamos que algo vale 100 pesos, si usted le descuenta el 50% queda el precio en la mitad, y si le aplica un descuento del 20% a esos 50 pesos, la reducción sería de 10 pesos. Entonces, paga usted 40 pesos por el producto, lo que significa un descuento del 60%.
Telcel y Slim son los reyes de ese criterio. Yo estoy seguro de que tienen una larga batería de consultores inventando trampas financieras para exprimir más a su clientela. La última es que cuando marcas a un número se escucha una musiquita infumable en lugar de los tonos de llamada, y te llega una grabación a tu celular que dice que es un nuevo servicio y que si no lo quieres, debes llamar para que no te lo pongan. Obviamente, tiene un pago adicional, y mucha gente lo tiene contratado sin saber ya sea porque no oyó la grabación o porque no supo cómo hacer la famosa llamada de suspensión o porque le dio flojera.
También Telcel tiene una fabulosa promoción que consiste en que te regalan una nueva línea supuestamente porque eres un cliente cumplido; una nueva línea que debes pagar aparte y que te sirve para maldita la cosa, ¡porque tú ya tienes una!
La cosa es que con tantas ofertas y ofertones, y con la cascada interminable de propaganda en pro del consumismo, los clientes caen constantemente en las trampas de su buena fe y se vuelven cautivos de pagos adicionales a las compañías telefónicas o de los saldos de sus tarjetas departamentales o de crédito, que siempre te mantienen en el filo de la capacidad de pago y echan a perder las quincenas que nos ganamos con el sudor de nuestro trabajo (bueno, a los aviadores les pasa lo mismo, aunque su dinero sea mal habido).
Tal vez ahora un moderno Jesús, recordando el pasaje de la adúltera que iba a ser lapidada por una multitud de judíos, podría decir:
El que esté libre de tarjetas de crédito (y de deudas), que arroje la primera piedra.
Avatares del consumismo, desgracia ante una clase de comerciantes que ganan cantidades fabulosas con la complacencia de la autoridad y con la falta de precaución de nosotros los consumidores.
Los merolicos modernos han llegado a la cima del engaño.
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