Emilio Cárdenas Escobosa / Del político y funcionario público sonorense Luis Donaldo Colosio Murrieta, se han escrito, grabado, filmado y vertido infinidad de cosas. A veintidós años de su sacrificio a manos de oscuros y poderosos intereses que siguen en la impunidad, la figura y la obra truncada de esta figura de la política nacional parecen estar más presentes que nunca en México.
Independientemente de posturas políticas y de consideraciones personales o de grupo, el programa que alguna vez planteó Luis Donaldo durante su efímera y malograda campaña presidencial, pero sobre todo el crudo diagnóstico sobre el estado de cosas imperante en el país, sigue plenamente vigente.
A más de dos décadas de que pronunciara el memorable discurso en el Monumento a la Revolución, el 6 de marzo de 1994, con motivo del aniversario del Partido Revolucionario Institucional, en nuestros día persiste el México “con hambre y con sed de justicia” que describía Colosio; y seguimos viviendo en “un México de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían servirla”, donde es el pan de cada día ver “mujeres y hombres afligidos por el abuso de las autoridades o por la arrogancia de las oficinas gubernamentales”, entre muchas descripciones que hizo el sonorense en aquella excelente pieza oratoria acerca de los agobios de la gente por la falta de oportunidades y el desdén de la clase gobernante por sus legítimas demandas.
Lo planteado por Colosio sigue en espera de concreción.
De entonces, 1994, a la fecha han pasado muchas cosas. Se ha logrado la alternancia en el poder, el PRI dejó de ser el único partido en ocupar espacios en los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, en los gobiernos estatales y municipales, se avanzó en diversos órdenes, y sin embargo, los pasivos que señalaba Luis Donaldo siguen ahí, magnificados o agravados en la mayoría de los casos.
Una de sus mayores aspiraciones era reformar el poder, porque tenía la convicción de que un desarrollo nacional equilibrado sólo era factible en el marco de la democracia y mediante una reforma profunda del Estado. Convencido de la necesidad de la participación y de la organización social planteó que la reforma del poder tenía como fin la construcción de nuevos equilibrios; que la justicia debía ser el medio para enfrentar las causas de la exclusión, el cacicazgo, el abandono de las comunidades que viven en la pobreza, para combatir el influyentismo, la corrupción y la impunidad.
¿Se ha reformado el poder, como planteaba Colosio?
El poder no solo no se ha reformado en estos años, sino que en la mayoría de los casos, en todos los órdenes de gobierno y con administraciones públicas de todos los signos partidarios, agudizó sus aristas menos presentables, las que más lesionan la dignidad del ciudadano: se incrementó la opacidad, se escamoteó la rendición de cuentas, se enseñoreó la impunidad, se perdió la línea divisoria entre los que delinquen y quienes deben perseguirlos y consignarlos, se fomentó sin recato la corrupción y adquirió patente de corso, sobre todo en los estados de la República, el ejercicio patrimonialista, corruptor y sin contrapesos del poder.
¿No ha pasado nada en estas más de dos décadas en cuanto a atención a las demandas sociales y a la puesta en marcha de reformas, contrapesos o límites a quienes gobiernan, para que la cruda descripción que hacía Luis Donaldo de nuestros rezagos y lacras persista y podamos escuchar hoy con idéntico azoro aquel excelente discurso? Desde luego que hay avances pero no en la dimensión necesaria. En ese tiempo la clase política, cómodamente instalada en el cuidado de sus intereses partidistas o de grupo, ha navegado viento en popa en el eterno juego de las redituables negociaciones políticas, pero ¿y los ciudadanos? ¿Dónde estábamos?
La lección de esto es evidente: para que las cosas caminen rápido o se hagan con altura de miras y privilegiando el interés público, el de todos, se precisa que la voz cantante la lleven los ciudadanos.
El ejemplo de otras naciones de cómo se han logrado cambios profundos en sus proyectos de desarrollo o su modernización política es apabullante. Causa pena observar a sus sociedades en movimiento poner contra las cuerdas a gobiernos, tumbar ministros, lograr que se someta a juicio o se sancione a ex presidentes o políticos corruptos, a militares golpistas y genocidas, a grandes y poderosos empresarios que violaron la ley, entre muchos casos, mientras que aquí no pasa nada.
En otros lados lo han logrado, pero en México seguimos esperando que la iniciativa la tomen quienes gobiernan, quienes elegimos, de quienes esperamos todo, pero que, lo sabemos con claridad, son refractarios a la renovación o a mover cualquier cosa o todo aquello que afecte sus intereses. Cosas de nuestra cultura, idiosincrasia, conformismo, o cómo se quiera definir a la exasperante propensión que tenemos a no quejarnos, a pasar todo por alto y dejarlo para mañana.
Así han pasado ya 22 años desde el asesinato de Colosio.
Si el conductor del gobierno federal y sus correligionarios al frente de los gobiernos estatales y municipales, lo mismo que quienes son sus abanderados en los procesos electorales retomaran el ideario colosista y decidieran probar su receta “de un cambio sustancial que renueve las prácticas políticas y las instituciones para dar paso a un sistema más moderno y democrático, desposeído de uno de sus ingredientes más nefastos: la demagogia”, estaríamos sin duda ante una transformación de grandes proporciones en el PRI y en nuestro país.
Por ello, en este 2016 para la clase política, más allá de discursos y homenajes, la mejor manera de honrar la memoria de Luis Donaldo Colosio es retomar su ideario y transformar el ejercicio de la política en oportunidad de servir al interés de la gente. Tarea difícil pero no imposible, sobre todo si somos los ciudadanos quienes organizados y participando se lo demandamos.
Luis Donaldo en sus mensajes repetía una y otra vez: “Este mundo no nos fue heredado por nuestros padres, sino que nos fue prestado por nuestros hijos”. Palabra por palabra, 19 años después de su desaparición física, Colosio nos sigue diciendo una gran verdad.
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