Armando Ortiz / Caminando por el centro de la ciudad de Xalapa, a eso de las 13:00 horas, un auto sedán de lujo con placas de Morelos circulaba por la calle Primo Verdad, a unos pasos de las oficinas de Seguridad Pública. Llevaba las ventanillas abiertas, en el estéreo a todo volumen se escuchaba un narcocorrido. Por las ventanillas se asomaban retadores tres jóvenes; el conductor, el copiloto y otro que iba en el asiento de atrás. Llamaba la atención porque a esa hora el tráfico era intenso por lo que su auto iba a vuelta de rueda, con el narcocorrido a todo volumen.
De inmediato pensé, al ver las placas del estado de Morelos, que podría tratarse de jóvenes delincuentes haciendo alarde de esa impunidad que impera en el estado, en donde los delincuentes se pasean frente a las autoridades de seguridad sin que éstas hagan algo. Se me hizo demasiado descarado, demasiado temerario.
Después pensé que podrían ser tres jóvenes haciendo gala de su estupidez. Tres jóvenes de paseo por Veracruz, originarios de Morelos, que forman parte de este culto hacia el narcotráfico, sin darse cuenta que con esa actitud, con esa música pueden llamar la atención de los verdaderos delincuentes o de las mismas autoridades de Seguridad Pública. Es decir, tres jóvenes mostrando la soga en casa del ahorcado.
Casi tres horas después de lo visto, cuatro jóvenes fueron levantados a plena luz del día en una zona por demás transitada. Circula en las redes sociales el video del momento en que uno de los jóvenes que momentáneamente escapó corrió a refugiarse al negocio de su padre. El video es de las cámaras de ese negocio que al parecer es una carnicería. De repente entran unos sujetos, con toda la tranquilidad del mundo, sin ninguna prisa, amagan al padre del joven que entró a buscar refugio, amagan a uno de los empleados del negocio y se van contra el joven que trataba de esconderse. El joven levanta las manos, los sujetos lo toman y se lo llevan. De toda esta escena lo que llama la atención es la tranquilidad, la libertad con que actúan los delincuentes, quienes sólo hasta el final se dan cuenta de una de las cuatro cámaras que graban y la apagan. No les importa haber quedado grabados, no llevaban capuchas, no les importó que sus rostros se vieran, es decir, actuaron sin ninguna precaución sabedores de que en este país ellos, no las víctimas, son los que tienen todas las ventajas.
En esta ocasión, y gracias a la implementación de un operativo inmediato, gracias a las redes sociales que difundieron la noticia, los cuatro jóvenes fueron rescatados sanos y salvos. Desafortunadamente, extrañamente también, los delincuentes no fueron atrapados. Falta que la autoridad nos explique cómo es que los rescataron, cómo es que los delincuentes escaparon.
Las dos escenas, las de los jóvenes paseándose en su auto por el centro de Xalapa, con sus narcocorridos a todo volumen y el secuestro de un joven, sacado del negocio de su padre, dan escalofríos porque en los dos casos todos actúan como si lo sucedido fuera parte de nuestra cotidianeidad. Da escalofríos porque nos estamos acostumbrando a eso, porque poco a poco nos vamos haciendo indolentes.
Todavía por la tarde noche el titular del Consejo Estatal de Seguridad Pública de Veracruz, el célebre Toño Nemi, sale a decir que son los medios los que le hacen el caldo gordo a la delincuencia. Lo que pasa señor Nemi es que tenemos la “ligera” sospecha de que la delincuencia está organizada con la autoridad, y guardar silencio sería ideal para que los dos actuaran todavía con más impunidad.