Filiberto Vargas Rodríguez / Imaginemos una Serie Mundial en el beisbol de las Grandes Ligas.
Va a iniciar la octava entrada. Es el sexto juego de una serie que vamos perdiendo, pues sólo llevamos dos triunfos, contra los tres del equipo contrario.
Ese sexto juego va a nuestro favor, pero la diferencia es de apenas una carrera.
Viene la parte más peligrosa del bateo enemigo y la disyuntiva del manager es: ¿Va con su mejor cerrador, o de plano manda a su lanzador estrella, al que tiene reservado para un probable séptimo y definitivo juego?
La respuesta más común sería. Manda a tu pitcher estelar. Si pierdes el sexto, no habrá séptimo juego.
Sin embargo, el buen manager sabe del potencial de sus jugadores, y entiende que no tiene que gastar sus mejores armas para llegar al séptimo juego, de lo contrario no tendrá con qué competir en el duelo definitivo.
El buen manager envía en el final del sexto juego a su especialista en el relevo corto, a su cerrador, y deja para un eventual séptimo duelo, a su mejor carta.
En ese tenor habría sido la charla entre el Presidente Enrique Peña Nieto (el manager) y su lanzador abridor del sexto juego, Javier Duarte. El manager no tomó solo la decisión. Llegó hasta la lomita de pitcheo y lo platicó con su lanzador. En ese encuentro no participaron ni el coach de pitcheo, ni el cátcher:
– Tú decides quién te releva, Javier. Nunca me has fallado, pero debes entender que esta es la decisión más importante de tu vida. No te puedes equivocar.
Javier ya tiene claro –y coincide- que el manager prefiere guardar a su otro abridor para el séptimo juego. Lo que él debe decidir es quién de los relevistas cortos habrá de recibir la bola de sus manos.
Algunos se han ido descartando solos. No crecieron lo suficiente durante la temporada y nadie cree que vayan a consolidarse en el penúltimo juego. Sólo quedan dos, y uno de ellos se la ha pasado todo el juego criticando la actuación del pitcher abridor (el mismo que ahora debe decidir quién lo releva) y asegurando que será él quien suba a la lomita, pues los fanáticos corean su nombre.
El otro, es alguien que se identifica plenamente con Javier, sabe lo que ha estado lanzando, lo que ha funcionado, y lo que no debe lanzar. Es alguien que sabe trabajar en equipo, lo que a final de cuentas es lo que más cuenta.
No importa que al primero le aplaudan más desde las gradas. Hoy lo que importa es ganar el juego, no sumar simpatías. Antes de llamar al segundo, sin embargo, es necesario hablar con él. Se la debe creer. Debe estar consciente de sus capacidades y convencerse de que puede llevar a su equipo al séptimo y definitivo juego.
Si titubea, si Javier detecta que le tiembla la mano, se quedará en la banca.
¿Y el abridor del séptimo juego?
Él está en el bullpen. Listo para entrar al quite si su manager así lo decide. Aunque cada vez tiene más claro que a él lo guardarán para el próximo juego. Nadie le ha pedido opinión, pero si lo hicieran, él optaría por la primera carta entre los relevistas. Lo ha escuchado criticando a Javier, pero cree que es la mejor opción para concluir el duelo. El problema es que esa decisión se está tomando allá, en el centro del diamante, y él no tiene manera de influir en ella.
Si es llamada la segunda opción al relevo, lo único que le quedará al abridor del séptimo partido es acercarse a su amigo y decirle: “Ni modo, primo. A nosotros nos toca en el próximo juego”.
Ojalá el relevista que se quede en la banca entienda que lo más importante, por encima de sus propias ambiciones, es el equipo, y que una vez tomada la decisión, se debe sumar y apoyar al relevista elegido.
Ya mañana será otro juego y él debe mostrar una mejor actitud si quiere ser tomado en cuenta.
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