Édgar Hernández* / Agustín Acosta Lagunes no fue precisamente un gobernador caballero. Era ríspido, malhumoriento y por momentos, no pocos, grosero.
Su pragmatismo le quitaba sabor a la política veracruzana aunque de él se dice que una ocurrencia dio lugar a que llegara a la gubernatura cuando el presidente José López Portillo, comentó a un grupo de cercanos entre los cuales se encontraba, que Veracruz de cara a la sucesión era su “dolor de cabeza”.
“¡Pues aquí está su Mejoral!”, le dijo don Agustín, quien en ese entonces trabajaba en la Secretaría de Hacienda.
Una carcajada afable, una plática en serio y él, un tercer actor que convenía en ese momento a la federación, dieron lugar a la nominación de quien a la postre sería el gobernador de 1980 a 1986.
No sé más de su vida política.
Pero sí que fue muy codo con el candidato a la gubernatura de ese entonces -1985-1986- Fernando Gutiérrez Barrios, a quien le regateó el dinero, pero no así el respeto a su investidura o al cuidado de las formas.
Así, en la víspera de la campaña ambos personajes se entrevistaron –vale acotar que don Agustín no intervino en nada para la nominación de don Fernando- y acordaron respeto y respetuosa distancia, sin alejarse del diálogo en corto.
Bien sabía el gobernador saliente que Veracruz atravesaba en esos momentos una seria crisis de seguridad pública y la crisis económica nacional, producto de la devaluación de 1982 había permeado en Veracruz.
Bien sabía el mandatario la brutal marginación de su pueblo y la sobreexplotación de sus recursos naturales que a la fecha le sigue usurpando la federación a nuestra tierra.
En esa tesitura Acosta Lagunes fue incapaz de moderar discurso alguno de don Fernando o atajarlo con actos públicos que distrajeran la atención del electorado. Menos aún pedirle que en campaña hablara bien de él o su agonizante régimen o enviar a su dirigente priista a entorpecer el camino o gestarle problemas.
De hecho Dante Delgado a la sazón dirigente priista en ese entonces, quien no era del agrado de don Agustín, jamás se vio impedido o saboteado por los acostalagunistas.
Así lo han marcado de siempre los cánones de la política en Veracruz y el resto del país hace 86 años de imperio priista.
Y tan ha sido así, que si bien el mandatario no entregó recursos financieros so pretexto que gobierno no es partido, tampoco regateó apoyo humano ni la participación política de los mejores veracruzanos.
Como tampoco poner a disposición a una parte de sus colaboradores que en ese entonces quedaban “comisionados”, figura burocrática que hoy no existe.
Así, en cuatro ocasiones el secretario de Gobierno, Amadeo Flores Espinosa, se entrevistó en la ciudad de México con don Fernando para exponerle el panorama de Veracruz y tender una transición de terciopelo.
Otros detalles más de carácter institucional se sucedieron.
Previo a la campaña don Fernando pidió a quien esto escribe que acudiera en fecha y hora prevista a Palacio de Gobierno a tomar un café con el gobernador Acosta Lagunes.
Recuerdo su oficina en extremo austera y oscura donde despachaba, anexa a un salón de audiencias.
Y aunque no tengo claro a que se destinaba ese salón adjunto, sí que una noche antes de la toma de posesión don Fernando ordenó habilitar el magno salón como el despacho del gobernador.
Es ahí donde “siempre deben estar presentes escudo, bandera y la imagen oficial del presidente de México”, decía este hombre quien siempre tuvo al lado de su escritorio una estatua en bronce de 70 centímetros de Benito Juárez de cuerpo completo.
El punto es que don Agustín en extremo serio, pero distinguidamente respetuoso, me preguntó temas de Veracruz y de los periodistas, temas que ignoraba, ante lo cual –como padre generoso- llamó a don Angel Leodegario Gutiérrez, el legendario “Yayo”, para que me explicara los entresijos de la prensa.
Y no solo eso.
Ordenó que un staff de sus colaboradores más cercanos –coordinadores, reporteros, fotógrafos y camarógrafos- se pusieran a mis órdenes lo cual me dio oportunidad de conocer y alternar y ser amigo de quienes hoy son los más importantes moderadores de opinión: Manuel Rosete (quien llega como externo), Arturo Reyes Isidoro, Raúl Torres, Josefina Soria, Isabel Ortega, Juan –el jefe de fotógrafos ya fallecido, que no recuerdo su nombre-, Efrén Cruz, Raúl Peimbert, Carlos Duayhe, Roberto Villarreal y otros más que sin su ayuda hubiera sido un fracaso la tarea de difusión de las actividades de campaña.
Un día antes de la toma de posesión, poco antes de las ocho de la noche, acudí a dar las gracias a don Agustín quien solo atrevió a un “¡Cuídate muchacho, te sacaste el tigre…!”
Y sí.
Fuera de la anécdota, la reflexión va en el sentido de puntualizar que, tal como decía don Fernando, hay reglas escritas inviolables en materia de transición del poder.
Desde el “destape” mismo el gobernador saliente debe colocarse en un segundo plano. Sus actividades de gobierno deberán entrar asimismo en el túnel de la sobriedad, de la discreción y de una postura puntualmente democrática y plural, pero sobre todo institucional.
“No se puede ofender al Príncipe”, decía el hombre leyenda parafraseando a Maquiavelo.
En materia de obra pública, que no debe parar, ésta se debe realizar alejada de las candilejas considerando que lo que no se hizo cinco años atrás, imposible reivindicarlo en los escasos cinco meses que restan de gobierno.
Y son cinco meses, por cierto de intensas campañas electorales, porque después del 5 de junio del 2016, ya hay gobernador electo y las decisiones, entonces sí, son al cien compartidas ya que Veracruz los siguientes siete meses tendrá dos gobernadores, uno decorativo y el otro en preparación de la entronización.
No se podrá hablar del “gran cierre del sexenio”, tampoco meter ruidos innecesarios con pronunciamientos o desplantes. Menos aún, acometer arrebatos de renuncias de equiperos de última hora.
De hecho desde el momento en que se sucede el destape se debe empezar a preparar el cierre. Prohibido meter las manos en favor de quienes dañaron a Veracruz, sea de espaldas o frente al gobernador o solapar el “Año de Hidalgo”.
Veracruz está crispada.
El solitario de Palacio habrá de entrar, después de la nominación del candidato, en una especie de limbo, de supeditación, de pérdida de reflectores, de respeto a los actores en contienda y no podrá más emprender campañas denostadoras o amenazas de cárcel para los enemigos, que no son más que adversarios.
Pero además, si el opositor es el vencedor, darle todos los elementos para que actúe y lleve ante la ley a quienes dañaron el patrimonio público.
Eso es lo que dice el libro de la política.
Eso es lo que debe hacer un mandatario prudente que entiende que el sexto es el de transición y que el séptimo año es el más difícil ya que toca al juicio de la historia evaluar.
Hoy, en las puertas del “destape” los nuevos equiperos empezaron a calentar la base. Empezaron a desplazarse lateralmente. Ya toman vuelo y para el que está por irse solo le queda entender que el poder es prestado.
Son tiempos de hacerse a un lado porque este cuento se acabó.
Tiempo al tiempo.
*Premio Nacional de Periodismo
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