Todas somos Filomela

- en Opinión

Cecilia Muñoz /

I

Tereo observa a Filomela y una pasión incontrolable lo ahoga. Puede que a su lado esté su esposa, Procne, hermana de la primera, pero aun así no puede evitarlo. La historia dice que Tereo ha caído perdidamente enamorado de Filomela y ni siquiera la partida a su reino, junto con su mujer, ni el nacimiento de su hijo pueden menguar el intenso sentimiento que Filomela —cuyo nombre significa“la que ama el canto”—  despierta en él.

La melancolía de Procne por la voz de su hermana es la excusa. “Oh, rey mío, ve a buscar a mi hermana Filomela, siento nostalgia por su música. No puedo vivir sin escuchar la voz de sus ojos”, nos cuenta Serge Pey que Procne rogó. Tereo obedece y parte en busca de Filomela.

Pandión, rey de Atenas y padre de nuestras protagonistas, teme en cuanto escucha la petición de Tereo, pero Filomela, deseosa de ver a su hermana de nuevo, lo convence de aceptar su partida. Y es aquí donde la historia se pone negra.

Tereo le clama su amor a Filomela durante el viaje. Ésta, virtuosa y leal, lo rechaza cada vez hasta que la pasión incontrolable de Tereo lo transforma de un desesperado enamorado a agresor. La encierra en una cabaña y la viola. No conforme, le arranca también la lengua y la encadena.

Tereo sale de la cabaña dejando tras de sí una mujer mutilada, una mujer traicionada, una mujer asesinada.

II

Las mujeres caminan por la calle sujetando sus vidas. Aceptamos el acoso verbal como un mal menor, sufrimos el acoso físico como un suceso meramente desagradable, lo mismo que el exhibicionismo. ¿Alguna vez, amigo lector, le ha preguntado a la mujer que tiene junto a cuántos individuos ha visto masturbarse en contra de su voluntad? Créame, las reuniones femeninas tienen un largo compendio de historias al respecto.

En nuestros hogares nos llaman exageradas, argüenderas, quejumbrosas. Nos mandan a hacerle el desayuno al hermano e ignoran nuestras opiniones. “Es que has de estar en tus días”, dicen ante la mínima demanda. Porque es imposible que ésta sea fundada. Y nosotras asumimos que está bien, que es normal, que no es violencia, aunque nos digan que sí. Aunque sintamos que sí.

¿Pero qué pasa cuando la violencia deja de ser aparentemente invisible y mínima? ¿Qué pasa, realmente qué pasa que Veracruz ha registrado la cifra de 438 feminicidios en el periodo comprendido entre 2012 y 2015?

No faltará quien lea la palabra “feminicidio” y frunza el ceño en señal de desaprobación. “¿No todos los asesinatos son importantes?”, se quejará. Por supuesto, ¿cómo decir lo contrario?¿Pero cómo no sentir cierta impotencia, cierta necesidad de señalar que un porcentaje elevado de las mujeres asesinadas en Veracruz fueron torturadas o violadas tanto por desconocidos como por hombres con quienes mantenían una relación sentimental?

Porque si bien el concepto de feminicidio es complicado y aún no ha sido del todo pulido, de acuerdo con los especialistas, la mayoría de éstos parten de la violencia ejercida en torno al asesinato o de la relación que la víctima mantenía con su agresor.

Diana Russell clasificó a los feminicidios en tres: feminicidio íntimo, no íntimo y por conexión. “El primero alude a los asesinatos cometidos por hombres con quien la víctima tenía o tuvo una relación íntima, familiar, de convivencia o afines a éstas; mientras el segundo, a aquellos cometidos por hombres con quienes la víctima no tenía dichas relaciones y que frecuentemente involucran un ataque sexual previo, por lo que también es denominado feminicidio sexual. Finalmente, el femicidio o feminicidio por conexión hace referencia a las mujeres que fueron asesinadas ‘en la línea de fuego’ de un hombre tratando de matar a una mujer”.

“Se llaman feminicidios y se relatan en los medios como crímenes pasionales”, leo en Twitter. Parcialmente cierto. Como Tereo, los agresores son retratados en la prensa y en el imaginario social como seres arrebatados por una pasión incontrolable: celos, amor desmedido, el dolor de una separación o bien, en el caso de quienes atacan a una desconocida, un desequilibrio mental que los vuelve peligrosos y obsesivos. Pero no. Dejemos de creer en la irracionalidad masculina frente a su deseo por lo femenino. El feminicida no es víctima ni de sí mismo, sino victimario. Un hombre que creyó tener derecho a no acabar la relación, a satisfacer su deseo sexual, a impedir a la mujer convivir con otros. Uno que creyó tener derecho a la vida de una mujer.

III

El mito, el verdadero mito y no solo la historia, inicia con la llegada al reino de Tracia de Tereo. Ahí le informa a su esposa que Filomela ha muerto en el viaje y que su cuerpo ha sido devorado por lobos. Pero Filomela es, además de cantante, una hábil tejedora. Y como si supiera que una lengua en silencio ha de ser reemplazada por una pluma en movimiento, escribe su historia a puntadas que después le manda a Procne por medio de una esclava.

Procne aquí se configura como quizás la primera mujer sororaria de la historia: Cree en su hermana y le da la espalda a su marido al acudir a rescatarla y urdir, junto con ella, un plan para vengarse. Como Medea,  sabe dónde más le duele al rey de Tracia: en su hijo, su heredero. Itis, el fruto de las relaciones entre Procne y Tereo, se ve así despojado de su vida para servir de cena a su ignorante padre. Al enterarse, Tereo se levanta de la mesa e intenta dar muerte a las mujeres, pero en ese momento los dioses deciden ponerle fin a la tragedia, volviendo a todos aves. Filomela ahora con forma de ruiseñor ha recuperado la voz y el canto. La ofensa ha sido reparada.

Pero aquí, en Veracruz, ¿cómo se repara la ofensa? ¿En qué se vuelven nuestras mujeres asesinadas? ¿No son acaso retratos mortuorios en lo alto de un edificio, volantes que desesperados pegan sus familiares en los postes de luz, en una noticia sensacionalista de la Policiaca, en apenas un momento de horror olvidado a las primeras de cambio? Nuestras mujeres son la angustia de la familia vecina, apenas chispazos de horror entre la información noticiosa. Cada arrebato incontrolable de un pasional agresor se vuelve una mujer asesinada y el escalofrío premonitorio de las vivas. Porque a nosotras no nos arrancan la lengua, nos arrancan la vida.

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