Filiberto Vargas Rodríguez / Si alguna consecuencia tuvo el affaire que protagonizaron el Gobernador Javier Duarte y los senadores Héctor y José Yunes, fue que la clase política local se pusiera más nerviosa.
Hasta la semana pasada tenían un panorama aproximado de lo que suponían que sería la sucesión en Veracruz, pero la amenaza de una ruptura entre los grupos de poder en la entidad les ha cambiado el escenario.
Entre los que tienen experiencia en este tipo de procesos, existe la convicción de que lo hecho por Javier Duarte tuvo como fin llamar la atención en Los Pinos y enviar el mensaje de que la sucesión en Veracruz tendrá que pasar por su escritorio.
Desde los días posteriores a la elección federal del presente año, se enviaron los primeros mensajes hacia el altiplano: “La estructura electoral la tengo yo. Quien pretenda ganar abanderado por el PRI, tendrá que sentarse conmigo”.
Luego de confirmar el mal trato que recibió la segunda bancada más numerosa del PRI en el Congreso federal, a la que se le dieron solamente dos presidencias de comisión (para Osvaldo Cházaro, Ganadería, y Alberto Silva, Población) queda la impresión de que los bonos de Javier Duarte en la capital del país no están en su mejor momento.
Ya se tenían antecedentes de la pésima impresión que se tiene en el centro sobre el gobierno de Veracruz, pero esencialmente en el ámbito administrativo, a partir de que se descubrió el famoso truco de “la licuadora” (que consiste en concentrar todos los recursos que envía la Federación -¡todos!- en un fideicomiso a través del cual se destraban todos los candados que pudieran existir, y se dispone de los fondos sin restricción alguna), pero ahora queda claro que tampoco existe gran simpatía por esta entidad en el ámbito político.
César Camacho, coordinador de los legisladores federales del PRI, no decidió ni impuso su criterio en la distribución de comisiones. El tema pasó por la dirigencia nacional de ese partido, o sea por el escritorio de Manlio Fabio Beltrones, y en muchos casos la dcesición llegó hasta el despacho de Miguel Ángel Osorio Chong, en Gobernación, y hasta la oficina de Presidencia.
Si existiera la empatía que tanto se presume entre la máxima autoridad de Veracruz y el primer priista del país, seguramente se habrían conseguido mejores posiciones para la bancada tricolor de esta entidad.
En ese ambiente de incertidumbre política, los que aspiran a ser diputados en el Congreso local les mantienen encendidas sus veladoras a todos los precandidatos a la gubernatura, pues aún no tienen claro a quién habrán de pedirle su aval.
Hay candidaturas que ya parecen cantadas, no sólo por la cercanía y el compromiso que existe con el actual Gobernador, sino porque han trabajado en sus Distritos y superan cualquier estudio de opinión.
Es el caso de Juan Manuel del Castillo en Córdoba, o de Vicente Benítez en Los Tuxtlas. Quizá en ese mismo ámbito habría que colocar a Marlon Ramírez y Harry Grappa por Veracruz, y a Gabriel Deantes por Zongolica.
Hay otros que aspiran a una curul local, que tienen la aprobación de Javier Duarte, pero necesitan, por fuerza, que su nominación sea ratificada por el candidato a Gobernador. En esa circunstancia estarían Arturo Bermúdez, y Corintia Cruz, ambos por Xalapa, donde también figura -aunque con luz propia y la ventaja de ya haber recorrido ese camino- Carlos Aceves Amezcua. Fernando Charleston, quien la quiere por Coatepec, estaría también en espera del aval del candidato a la gubernatura.
Otros, mientras tanto, dejan esos temas al tiempo y se dedican a trabajar en sus Distritos, convencidos de que es ahí, casa por casa, donde se tienen que ganar la nominación. Es el caso de Jorge Herrera Alor por Cosamaloapan, Antonio Gómez Anell por Coatepec, y Álvaro Mota Limón por Misantla, (éste último, además, bien visto por la dirigencia magisterial).
Habrán de pasar aún muchas cosas antes de que se definan las candidaturas hacia el Congreso, pero el que no se mueva, el que no se haga sentir, no será tomado en cuenta.
Comentarios