Édgar Hernández* /
“Saber gobernar es saber elegir” Filippo Pananti
Bien se dice que la historia es cíclica y lo que hoy vivimos es, en cierto sentido, reflejo de lo que ya sucedió.
Veracruz está a punto de entrar en una transición que ponga fin a la Fidelidad en el marco de una creciente irritación ciudadana y ausencia de credibilidad en las instituciones, el total descrédito.
Acaso por ello vale la pena regresar en la historia para encontrar respuestas a lo que nos espera a partir del 2016.
Corría 1988.
Los hechos más que las anécdotas confirman que en realidad fue don Raúl Salinas Lozano quien acercó a Fernando Gutiérrez Barrios a Carlos Salinas, un joven tecnócrata que en los ochenta se desempeñaba como Secretario de Programación y Presupuesto del gobierno de Miguel de la Madrid.
Sería Salinas de Gortari quien convencería al presidente de enviar a don Fernando, primero a Caminos y Puentes y luego a la gubernatura veracruzana y ya como gobernador don Fernando, experto en asuntos de seguridad nacional, inteligencia y manejo de política interior, se encargaría de tejer un entramado favorable que le permitiera alcanzar primero la candidatura y luego la presidencia.
No se contaba, sin embargo, en que en ese infausto año electoral de 1988 se les atravesaría en el camino Cuauhtémoc Cárdenas y con él una cauda de traidores al PRI y al sistema político que, si no es por la caída del sistema, el hijo del don Lázaro hubiera sido quien se cruzara la banda presidencial.
Gana, tal como lo consigan la historia Carlos Salinas en apretada victoria dejando a la estructura de poder tambaleante, en descrédito y con un serio problema de gobernabilidad.
Ello dio lugar a que ya presidente electo Salinas se decidiera por el veracruzano para que ocupara la cartera más importante de su gabinete, la Secretaría de Gobernación.
Ello sucedió el primero de diciembre de 1988.
Arrancaba una administración presidencial cuestionada y con la urgencia de legitimarse de tal suerte que el responsable de la política interior recomendó al presidente de la república acometer una serie de acciones de energía y castigo para los responsables del serio descalabro electoral que tenían a la ciudadanía en franco encono y división.
Autorizado el proyecto de gobernabilidad y regreso de la autoridad al presidente Fernando Gutiérrez Barrios empezaría por llamar uno a uno a los responsables de la debacle.
Tejió el desafuero y solicitud de licencia de los gobernadores de Baja California Sur, Xicoténcatl Leyva Mortera (por cierto veracruzano) y de Michoacán, Luis Martínez Villicaña, quienes creyeron pasar impunes al dejar entrar la corriente cardenista a sus entidades y gestar por debajo de la mesa la derrota del PRI.
Luego vino el “Quinazo”. Joaquín Hernández Galicia, en franca rebeldía contra el gobierno de Miguel de la Madrid ordena a los petroleros votar por Cuauhtémoc, quien arrasa en sedes clave como Tamaulipas, Campeche, Quintana Roo, Yucatán y Tabasco.
El aparato de poder le pagaría con la misma moneda.
El 14 de enero de 1989, a escasos 44 días de la asunción del presidente Salinas, la Quina es detenida en calzones en Ciudad Madero, acusado de acopio de armas, homicidio y enriquecimiento ilícito.
El imperio de La Quina se derrumbaba. De nada le servirían las carretadas de dinero acumulado, mismo que tuvo que regresar.
Por esos caminos también transitaría Carlos Jonguitud Barrios, echado de la dirigencia magisterial imponiendo a su gente de “mayor confianza” –que nunca lo fue- Elba Esther Gordillo.
Fernando Legorreta, otro enemigo del sistema y autor del crack financiero que llevó a la república a la devaluación justo en la transición entre Miguel de la Madrid, también fue a prisión.
Fueron actos de autoridad realizados con habilidad política quirúrgica. Golpes certeros que dieron legitimidad y realizados por quien sí sabía cómo hacerlo. No había lugar a la improvisación, menos para los iniciados.
Igual sucedió con el Veracruz de Gutiérrez Barrios, quien recibe de Agustín Acosta Lagunes un estado plagado por la violencia caciquil y criminal.
La “Sonora Matancera” cumplía al pie de la letra con su sino; caciques de horca y cuchillo asolaban la entidad; el propio pariente de don Agustín Acosta Lagunes, Cirilo Vázquez Lagunes, se escrituró el sur de la entidad.
En situación de extrema violencia también se encontraban el centro y norte del estado.
Veracruz estaba polarizada. Sin Seguridad. El estilo de gobierno ensombrecido por la austeridad llevó a la atonía y consecuente rezago social. La herencia acostalagunista si bien preocupada por la cultura y el legado había dejado a un lado el bienestar de las familias.
La violencia y el crimen campeaban.
La misma campaña electoral de Gutiérrez Barrios se vio ensombrecida por el artero asesinato de Demetrio Ruiz Malerva en 1986. Y los enclaves magisteriales, de electricistas y petroleros atajaban cualquier política pública que no fuera sancionada por ellos… y la prensa -para no variar maniatada- acaso algunos notables como Regina Martínez, Carlos Jesús Rodríguez, Pepe Miranda, Luis Velázquez, Raymundo Jiménez, Orlando García, don Froy, Pepe Valencia, y los Arroniz fustigaban con severa pluma.
Finalmente ya gobernante Fernando Gutiérrez Barrios, se decidiría por el cabal cumplimiento de la ley; resolver el problema de la inseguridad pública, abrirse a la libre expresión y manifestación por todos los medios de comunicación social; construir un Centro Médico -hoy CEM- y activar programas de empleo sin descuidar la educación.
Solo dio tiempo para 20 obras importantes para Veracruz en dos años, pero fueron suficientes para que pasara a la historia como el hombre leyenda.
“Decía Álvaro Obregón que había que enseñar los güevos al menos una vez cada 15 días para que se supiera quien mandaba”, comentaba don Fernando a sus cercanos cuando abordaba el tema de los poderes delincuenciales que lanzaban advertencias y amenazaban continuar la violencia en Veracruz.
“Perro que ladra no muerde”, comentaba con singular socarronería.
Con Luis de la Barreda en la jefatura de policía y un buen fiscal, Jorge Uscanga, así como la negociación política de Dante bastaron para restablecer el orden público de tres patadas.
“Gonzalo N. Santos -el Alazán Tostado- cuando llegó al gobierno de San Luis Potosí mandó colgar a las afueras de la capital a una decena de cuatreros que tenían asolada la entidad… los demás entenderían el mensaje”, platicaba el experimentado caballero de la política luego de la aprehensión de Cirilo y su remisión al penal de Allende.
Hubo que rehacer el tejido social.
Luego convencer a todos los grupos de poder y conflicto a sumarse “por la buena o por la buena”. Y es que en realidad don Fernando tenía mano de hierro pero la cubría con un guante de terciopelo.
El Veracruz de hoy está en una situación similar, rehén de grupos delincuenciales y en crisis en todos los órdenes.
Con Pepe Yunes o Héctor Yunes y/o Héctor o Pepe, habrá de llegar, sin embargo, un nuevo gobierno que ponga orden; que tenga que aplicar todo el peso de la ley a quien postraron a la entidad y recuperar no solo el dinero que se fue a bolsillos ajenos, sino lo más importante, la credibilidad.
Cada vez estamos más cerca.
Tiempo al tiempo.
*Premio Nacional de Periodismo
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