Javier Duarte pensó que ser gobernador del estado era lo mejor que le podría pasar en la vida. No sé si leía novelas románticas pero el señor debió imaginar que todos lo iban a tratar con respeto, que el pueblo lo iba a querer y que sólo bastaría que saliera al balcón de Palacio para que lo llenaran de vítores.
Javier Duarte debió pensar que con un solo movimiento de sus dedos todos se acercarían para cumplir con sus órdenes. Pensó que todos iban a celebrar sus ocurrencias, que todos iban a reír de sus chistes. Al principio de su administración declaró que iba a hacer del estado un lugar donde los veracruzanos pudieran sentirse seguros, donde se cumpliera la profecía bíblica de Miqueas 4:4:
«Se sentarán, cada uno debajo de su vid y debajo de su higuera, y no habrá nadie que los haga temblar».
Bueno, un día dijo que iba a abatir la pobreza en Veracruz en un 50 por ciento (ver nota) y todos los presentes le aplaudieron y no dudaron que lo conseguiría, porque tal parecía que él era quien nos conduciría a la tierra prometida, ese lugar que mana leche y miel.
Pero igual que la madame Bovary, Javier Duarte tuvo que enfrentarse a la realidad de su destino. En primer lugar su antecesor, el que lo impuso en la gubernatura lo persiguió como una sombra literalmente oscura. Fidel Herrera colocó a sus hijos putativos en los cuatro puntos cardinales de Palacio, de modo que nunca dejaron que el joven gobernante despegara. Ante semejante frustración se volvió iracundo, déspota, lo que le ganó el repudio de sus gobernados. La deuda que heredara de su antecesor no le permitió realizar obra y si a eso sumamos que nunca pudo controlar a los cientos de ladrones que, colocados en dependencias públicas, tomaron el presupuesto de los veracruzanos como patrimonio personal (ver nota).
Dejó que los demás se enriquecieran, con la condición de que nadie le reprochara sus dislates ni sus derroches.
Hoy día Javier Duarte está, como la madame Bovary, desesperado por la fuerte deuda contraída, pero no sólo la deuda monetaria, sino también la deuda moral; ya lo califican como el peor gobernador que haya tenido veracruz. Para colmo en el centro de la república no se habla de otra cosa que no sean sus desatinos. Como chivo en cristalería, para donde quiera que se mueva algo rompe.
Ha llegado el momento de que la realidad lo ponga en su lugar; habla e inmediatamente la realidad lo contradice. El último ejemplo fue la conferencia de prensa del pasado lunes (ver boletín).
Sólo esperamos que antes de buscar una salida para su situación, reflexione y entregue a las autoridades a las personas que defraudaron al estado. Eso pudiera aplacar un poco el desprecio que miles de veracruzanos le guardan.
Después, como la madame Bovary, puede hacer con su vida lo que le plazca.
Javier Duarte no se ha dado cuenta, pero ya ingirió el veneno para su suicidio político.
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